20 de enero de 2011

El hombre en la cuerda floja

Por Alexander Mart


A veces me siento como el hombre de la foto, intentando mantener el equilibrio sobre una cuerda floja tendida entre dos rascacielos. Haciendo malabares en un mundo que me desconcierta. Y me pregunto: ¿Es esto todo lo que queda de aquel primate que una vez bajó de los árboles?


Cuando a la mañana siguiente de haber llegado a Baraulo, el pueblo de la laguna de Roviana en el que viviría durante mi estancia en las Salomón y después del desayuno compuesto de una piña dulcísima y de unos pequeños y exquisitos plátanos, sentí la imperiosa necesidad de ir al baño, unos niños (¡otra vez los niños de las Salomón!) se prestaron a mostrarme el camino. Me condujeron hasta un acantilado que caía vertical unos diez metros sobre la laguna y me señalaron un árbol cuyo tronco crecía horizontal saliendo del acantilado y paralelo al agua. Mire con cara de desconcierto y entonces uno de los niños camino presto por el tronco unos cinco metros y se puso en cuclillas. Fue cuando me di cuenta de lo que me esperaba. El tronco estaba húmedo y resbaladizo, debajo veía las puntas del coral de fuego salir del agua. Hice de tripas corazón y me desplacé con sumo cuidado por el tronco y bajo la mirada escrutiñadora y las risas contenidas de los niños hice lo que tenia que hacer.

Durante mi estancia en las Salomón tuve muchas ocasiones de comprobar la habilidad y prestancia de los pies de los nativos, como si fuesen un segundo par de manos se agarraban sin problemas a todo tipo de superficies resbaladizas, caminaban descalzos sobre los corales de fuego, subían cocoteros de más de quince metros de altura con una velocidad pasmosa. A su lado mis pies parecían dos apéndices atrofiados que tras generaciones encerrados en asfixiantes zapatos habían perdido toda su funcionalidad.

Me acorde de Darwin pero mirando mis pies me resultaba difícil hacerme a la idea que eran el producto de la evolución y la adaptación al medio.

Desde entonces me persigue la duda de si la evolución-atrofiación se limita tan solo a mi cuerpo físico o abarca también otros campos, como mi mente o mi espíritu.

Es difícil como hombre evolucionado mantener el equilibrio sobre la cuerda floja del mundo moderno.

9 comentarios:

  1. La vida occidental está causándonos unos desajustes y atrofías en que ya no sabemos qué hacer con nuestros sentidos ni con nuestro cuerpo, y tampoco nuestro intelecto, nuestra imaginación, nuestras emcociones. La sociedad en que vivimos nos disminuye como personas.
    Gracias por esas meditaciones.

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  2. Vaya alegoría esa imagen, Alex, con el funámbulo pasando de una torre a otra del World Trade Center, y los múltiples planos significantes que, al hilo de tu texto, todo eso supone: el Centro Mundial de Negocios, el 11-S (ya se va a cumplir una década), las personas fallecidas, los sueños quebrados... y un hombre ahí, solo, con su pértiga, pequeño (Philippe "Petit") ante la magnitud y la obstentación del poder de la economía, pero que es capaz de deambular grácilmente suspendido a 415 metros de una a otra de las torres gemelas (hasta siete veces, antes de que lo detuviera la policía).

    Difícil mantenerse en la cuerda floja, pero hay una larga trayectoria de quienes han abordado el desafío, Thoreau y Petit entre ellos.

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  3. Perdona Alexander, te ruego que expliques para que sirve la antropología. Yo no se casi nada de esta ciencia, pero aventuro una explicación. Mucha gente piensa que un antropólogo es una especie de CSI que estudia cadáveres para descubrir rastros de un crimen. Las series americanas han hecho famosos a una especialidad que llaman antropología forense, sin embargo, se me ocurre que a un antropólogo le interesa tanto un pie, como su huella o impronta, pero también le interesa para que sirve, por ejemplo para saltar, caminar, hacer deporte, o bailar, para lo cual –para bailar- necesitamos más que un pie, por lo tanto, analizar un solo pie, como un conjunto maravillosamente evolucionado de tendones, músculos y huesos sería solo una pequeña parte del conjunto de cosas que estudia un antropólogo.
    Perdón por mi torpe definición.

    Con relación a tu interesante reflexión



    Konrrad Lorens describió las modificaciones morfológicas producidas en los animales salvajes sometidos a la domesticación.

    sorprende el caso de los gallinaceos pues pierden la capacidad de volar.

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  4. Yo tuve una experiencia de 'inadaptación' al entorno que nunca olvidaré. Estábamos subiendo en el Pirineo francés el Midi d'Ossau, por la parte fácil. Recuerdo que en algunos tramos de subida lo pasé realmente mal, incluso temí por mi vida. Cada poco, parecía que te ibas a despeñar pendiente abajo por mucho que te agarraras. Sin embargo, veías a los aldeanos franceses subir y bajar tan tranquilos por aquella pendiente. Sin agarrarse con las manos y sin equipamiento, como quien da un paseo por la plaza del pueblo. No daba crédito a lo que veía, subían y bajaban como si nada, sin ningún síntoma aparente de cansancio, mientras los demás estábamos extenuados. Cuando te veían agobiado porque no sabías ya cómo moverte, se acercaban y te echaban una mano.
    También me pregunté qué pies tenían aquellos aldeanos para desenvolverse con tanta fluidez por la montaña. Los míos sólo servían para el asfalto y eran absolutamente torpes.

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  5. ya andábamos bastante torpes, pero últimamente, los corales de fuego crecen hasta en el tronco del cocotero.

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  6. Lo que ocurre es que nos hemos adaptado a una realidad que hemos fabricado para que sea ella la que se adapte a nosotros, y no al revés. En consecuencia, fuera de los entornos artificiales que hemos creado, empezamos a ser unos inadaptados.

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  7. El equilibrista de la foto, por lo menos tiene alguna referencia. Principio, fín delante, atrás, arriba abajo, derecha izquierda...
    Ahora no tenemos ni gurús ni ideologías, ni académicos a los que respetar,¿A quien o que nos encomendamos?¿A quien seguimos?
    La tecnología no hizo más dependientes, menos emancipados y nos privó de la compresión global del problema. Solo apretamos tornillos en una cadena de producción de la cual no acertamos a entender su objetivo ni destino de la producción.

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  8. EL RATON DE LA CORTE Y EL DEL CAMPO

    Un Ratón cortesano
    convidó con un modo muy urbano
    a un Ratón campesino.
    Diole gordo tocino,
    queso fresco de Holanda,
    y una despensa llena de vianda
    era su alojamiento,
    pues no pudiera haber un aposento
    tan magníficamente preparado,
    aunque fuese en Ratópolis buscado
    con el mayor esmero,
    para alojar a Roepan Primero.
    Sus sentidos allí se recreaban;
    las paredes y techos adornaban,
    entre mil ratonescas golosinas,
    salchichones, perniles y cecinas.
    Saltaban de placer, ¡oh qué embeleso!
    de pernil en pernil, de queso en queso.
    En esta situación tan lisonjera
    llega la despensera.
    Oyen el ruido, corren, se agazapan,
    pierden el tino, mas al fin se escapan
    atropelladamente
    por cierto pasadizo abierto a diente.
    «¡Esto tenemos! dijo el campesino;
    reniego yo del queso, del tocino
    y de quien busca gustos
    entre los sobresaltos y los sustos.»
    Volvióse a su campaña en el instante
    y estimó mucho más de allí adelante,
    sin zozobra, temor ni pesadumbres,
    su casita de tierra y sus legumbres.

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