La educación es una tarea que requiere a muchas personas, desde los padres, la familia, los profesores, etc. Por eso es necesario un grupo social donde el niño se integre: una tribu entera.
Por la especialización, hoy día hemos segmentado la educación hasta el punto de que ya no es una tarea colectiva en la que todos nos implicamos. La hemos fragmentado tanto que no pocas veces generamos en el niño roles contradictorios: competitividad, solidaridad, igualdad, diferencia, esfuerzo, autorrealización, etc. El niño no sabe como vivir esas dimensiones de forma armónica. Y nosotros tampoco, porque ya no hay tribu, ahora hay una multitud de agentes especializados que no se comunican y nos enseñan las cosas de modo fragmentario.
La participación de los padres ha disminuido por culpa de la escasez de tiempo y de la TV. Los abuelos ya no comparten el hogar. La escuela está masificada y el tutor está ocupado en multitud de tareas administrativas. El patio escolar está ocupado por niños “en serie”, es un espacio controlado y aislado de la sociedad. La tendencia es compartimentar: los mayores en un sitio dedicados a sus partidas de cartas, los niños en el parque infantil controlados por un adulto, los jóvenes con el 'botellón'. Hemos acabado con los espacios de libertad para relacionarnos y socializarnos teniendo como única alternativa otros espacios virtuales donde idealizamos a las personas e impera el mito de la media naranja, que implica una idealización excesiva cuando no asumir identidades ficticias.
Cuando las calles no estaban atestadas de coches y el urbanismo no había llegado a colonizar todos los espacios abiertos, había ámbitos no controlados, e incluso aparentemente abandonados, donde niños, jóvenes y mayores convivían desarrollando cada uno su rol dentro de la tribu. A veces, los niños teníamos que hacer los recados de los señores mayores y, por supuesto, respetarlos. Las madres atendían a todos alternando su responsabilidad con otras madres.
Hoy hemos convertido la educación en un trabajo en cadena donde cada uno aprieta un tornillo sin saber del resultado final. Con ello también hemos convertido la educación y el sujeto de ella en un producto o servicio más. El colegio y multitud de actividades extraescolares nunca suplirán el papel de la familia y esa tribu más amplia que son los vecinos, la gente del barrio, los mayores… No digo que haya que regresar a formas de vida tribales, pero sí que debemos replantearnos seriamente el papel de la comunidad y el espacio público en la educación.