Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando.
Quería que el arroyo fuera río, el río un torrente y que este charco fuera el mar.
Cuando el niño era niño no sabía que era niño.
Para él todo estaba animado y todas las almas eran una.
Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada.
No tenía ninguna costumbre. Se sentaba en cuclillas, se levantaba corriendo,
tenía un remolino en la cabeza y no ponía caras cuando lo fotografiaban.
Wim Wenders, Der Himmel über Berlin (El Cielo sobre Berlín, 1987)
Por Antoni Mañach Moreno
Profesor de la Escuela Superior de Diseño en Sabadell
Tradicionalmente el mundo académico nos ha presentado las paradojas de Zenón de Elea como un reto a la inteligencia humana, como una flecha lanzada contra los límites de la razón. ¿Cómo puede ser que en una carrera la tortuga llegue a la meta antes que Aquiles, el semidiós y el corredor más veloz de la Antigüedad?
Los adultos nos acercamos a Zenón con obsesión de réplica. Lo culpamos de introducir falacias en el razonamiento fruto de su incomprensión del concepto de infinito. Le acusamos de ser un creador de sofismas. Paradigma de los seguidores del maniqueísmo, del blanco o el negro.
Encuentro en Joan Brossa, en Wim Wenders, en el cine y en Galopín una clave para resolver problemas que pivotan en la confrontación de diferentes bases del lenguaje.
Joan Brossa advertía que el adulto se acerca a los espectáculos de magia como un reto a su inteligencia y el niño se acerca a la magia dejándose seducir, dejándose llevar por el guía-mago. Cuando se es niño no se tiene opinión sobre nada y todas las almas son una. ¿Fue Meliès el primer niño que solucionó de forma creativa un dilema aporístico como el planteado por Zenón? ¿O quizás el creador del Zoótropo? Instante y movimiento. Fotograma y película. Solo la razón y la locura unidas resuelven problemas. Solo la mezcla de información, conocimiento y sabiduría. Solo la artesanía, el arte y la industria juntos pueden superar los dilemas de la crisis. Proceso y creatividad. Ideas y materia.
Después de mi visita durante cuatro días en Galopín, he vuelto a la infancia para aprender infinidad de cosas. Manuel Iglesias nos dice: «Galopín es un intermediario entre el urbanista y el instalador, entre el pedagogo y los niños, entre el político y los ciudadanos, entre el sociólogo y la sociedad, entre el pensador y el desarrollador, entre el filósofo y el artesano».
Lo sorprendente es que no es un lema publicitario. ¿Se puede unir humanismo y empresa? ¿Ética y beneficio? Sí. Es un hecho ¿Por qué, si no, me he podido encontrar con personas como Francisco, Noemi, Miguel, Verónica, Tomás, Pablo, Julián, Silvia, Sandra, Cipri, Manuel, María y muchos otros? Personas que hacen de arquitectos, escultores, diseñadores, productores, vendedores, artistas, antropólogos, filósofos, sociólogos, editores, granjeros, fisioterapeutas.
En Galopín no solo se hacen parques infantiles, también se trafica con Ideas. Se crean sinergias. Es más que una fábrica. Se mejora el entorno. Se hace mundo.
Soy feliz porque en esta sociedad aún quedan niños.