1 de julio de 2011

Luna retrasada


Por Paco Sánchez

Escribo a primeros de febrero, en un sábado que amaneció frío y con una niebla pegajosa que se agarraba al mar, al asfalto y a las casas. Cuando el día viene así, para animarnos, decimos: «¡Esto levanta!» Sin comprobarlo en el periódico, fui a buscar a mi hermano y marchamos hacia As Salgueiras a visitar a un amigo.

La niebla se iba deshilachando por los bordes de la carretera y se replegaba poco a poco y en desorden hacia las cimas de los montes. Cuando llegamos, había un sol tibio y tímido, apocado. Pero pudimos percibir que la finca ya no olía a invierno: «Aunque la luna viene retrasada», dijo nuestro amigo, «ya se siente la primavera: está todo explotando, escachando, como dicen aquí». Una hilera de mimosas amarilleaba detrás de la casa, que hoy parecía más blanca, y en el patio, enfrente de las cuadras y un poco más allá de la fuente de piedra, que es también abrevadero, los camelios ofrecían sus primeras flores blancas, recién abiertas. Su mujer cortó tres de pétalos todavía apretados. Dimos un paseo largo, con calorcillo al sol y frío en las sombras. Los muchos regatos de la finca bajaban con aguas abundantes, pero sin las prisas, los atropellos y murmullos de unos meses atrás.

Había tres caballos pastando hierba fresca en una zona pantanosa con las patas clavadas en la tierra hasta las rodillas. Avanzaban penosamente y con miedo. Mi amigo me hizo notar que arriesgaban porque les gustaba mucho aquella hierba. No estaba, sin embargo, otro que se quedó espetado en las brañas hace meses, hasta que lograron sacarlo con una manitú, casi exhausto, muchas horas después.

La mañana iba pasando y yo la controlaba desde mi teléfono móvil, como un necio: miraba la hora —mi amigo no usa reloj— y atendía mensajes. Ese día tenía muchos porque me había salido un poco mejor la columna que publico los sábados. De pronto, sin una razón especial, aquel teléfono empezó a inquietarme. Me veía como esos chavales que no saben estarse quietos, que pasan la vida –como tantos adultos– pendientes de los colorines de una pantalla que se renueva sin parar con ritmo de videoclip. Quizá por eso no había visto antes las ardillas: señalé una muy alborozado y mi amigo se extrañó: «Siempre hubo», dijo en voz baja, casi avergonzada. Es muy amable, yo hubiera añadido: «Si no estuvieras tan pendiente de tu blackberry...»

Tomamos una cerveza debajo de un castaño de copa ancha, arropadora. Vinieron sus perros a frotarse contra nuestras piernas en busca de mimos. Hice una última operación con la blackberry y la arrumbé, de modo que percibí inmediatamente un nuevo olor primaveral, cuya procedencia empezamos a discutir. Luego pasamos a otras cosas de la semana, incluida una operación judicial contra unos alcaldes corruptos de la Costa da Morte. Los dos sabemos que los acusan de poco comparado con lo que se despacha en la zona, pero él contaba riéndose que el espectáculo que había montado el juez valía la pena, porque ahora andaban todos muy asustados, los imputados y los de otros lugares y administraciones, los corruptos y los corruptores. Fumamos un pitillo al sol, sin brisa ni prisa, sin frío. Nos dijo que el zorro se le había llevado tres gallinas. Ponderó mucho la astucia del raposo, que aprovechó un encierro ocasional de los perros. Mi hermano le preguntó cuántas gallinas le quedaban. Dijo que no sabía. Le daba igual. Pudimos advertir que eran cosa de su mujer, que a él, por alguna razón, le caían mal las gallinas.

La blackberry producía espasmos de vez en cuando, allí en una esquina de la mesa, para avisar de un nuevo correo electrónico o de un mensaje de Twitter. Parecía una terminal nerviosa amputada, innecesaria y fea.








8 comentarios:

  1. Decía un economista que en nuestros tiempos los lujos de hoy son las necesidades de mañana. Desde luego, viendo qué ha ocurrido con teléfono móvil en la última década, no pudo estar más acertado. Al principio el móvil era un signo de distinción, un icono de la tecnología liberadora. ¿No es una ventaja incuestionable poder comunicarte con tus clientes, proveedores, familiares,... estés donde estés? Pero poco a poco el móvil se convirtió en un producto de consumo masivo y, a día de hoy, hay más líneas de telefonía móvil en España que seres humanos. Ya se han invertido los términos: nuestra relación con el móvil es de servidumbre. El aparato ejerce una influencia tal en nuestra vida que, si lo desconectáramos un par de días para estar tranquilos, tendríamos que ir dando explicaciones luego a la gente que nos ha llamado una y otra vez. Estar fuera de cobertura dentro de poco va a equivaler a no existir, a desaparecer de la realidad.

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  2. Encuentro maravillosa y atinada esta descripción del paisaje, como premonición de la primavera que estaba por venir, así como el relato lacónico y lleno de contenido sobre el que meditar, un vaivén entre naturaleza y cotidianeidad rodeados de esas extensiones de nosotros mismos de las que parece ya no podemos prescindir.
    Toda una invitación a parar y a pasear, a recuperar la mirada sin lastres ni trebejos.

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  4. Que manera tan hermosa de describir la niebla, algo que casi siempre nos es molesto, en estas líneas parece una maravilla más de la naturaleza...

    Al leer tu relato Paco, se me ha venido a la cabeza automáticamente la forma de hacer turismo de los japoneses...( no sé porqué la verdad, asociaciones ilógicas - o no- de ideas, que hacen nuestras neuronas). Recordé el día exacto en que estaba entrando en la plaza de San Marcos de Venecia. Era un día más bien nublado, y el camino por callejas estrechas hasta la plaza, fue bastante oscuro, pero al llegar al arco que corona la plaza, el espacio se abrió, y con él, los rayos del sol penetraban en el lugar, haciendo su arquitectura más majestuosa y colosal aun si cabe... Era precioso....sin embargo, el enorme grupo de japoneses estaba centrado en la mujer del paraguas rojo, solo miraban lo que ella apuntaba con su dedo, y fotografiaban aquello que la guía señalaba como emblemático...Los observé por largo tiempo y advertí que ni un solo instante "contemplaron" la inmensidad de aquel momento, en aquella plaza, captando la esencia del lugar...sentí pena por ellos, y al mismo tiempo por mi misma, al recordar algún momento en el que yo también dejé pasar aquello de que " lo esencial es invisible a los ojos".

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  5. Algo que a mí me llama mucho la atención cuando voy de excursión con mis hijos al campo, al zoo o al Aquarium, es esa gente más preocupada por grabar con el móvil lo que tiene ante sus ojos que por ver realmente lo que se supone que ha ido a ver. En vez de disfrutar y contemplar espontanea y reposadamente aquello con lo que se encuentran, muchos visitantes o excursionistas parecen más pendientes de que sean sus cámaras o teléfonos móviles quienes «vean» los animales, el paisaje, etc.
    Es curioso. Parece como si lo hermoso o interesante fuera aquello susceptible de ser registrado por una cámara. Se dedican a grabar lo que luego verán en sus casas en un monitor o televisor, como si tuviera más valor la reproducción que la realidad. No puedo evitar preguntarme si verdaderamente disfrutan de lo que tienen ante sus ojos o, más bien, se están entreteniendo con las prestaciones que tienen sus artilugios de última generación. No sé, supongo que no es lo mismo ir a un lugar para pasar la tarde que ir al mismo sitio para grabar lo que te vas encontrando... Uno está por pensar que interesa más lo que hace una máquina que nuestro contacto directo con una realidad gratificante.

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  6. Pues yo aun me pregunto más Miguel, me pregunto si después verán esos videos en casa....a veces lo dudo...

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  7. Creo que tenéis razón, Ana y Miguel, con esas colecciones de fotos y vídeos debe pasar mayormente lo que con aquellos de las bodas: que se arrumban en un cajón y a lo sumo se esgrimen como arma defensiva ante una visita inoportuna.
    Puede ser parte de ese afán humano de coleccionar, sean objetos, vivencias o experiencias, lugares del mapa, parques naturales o ciudades por visitar (cada uno tenemos nuestra obsesión en este sentido) del que es difícil substraerse y que se potencia en esta sociedad en que vivimos cada vez de una manera más virtual. También puede responder a algo profundo, a un horror vacui ocasionado por la proliferación de objetos superfluos, parte de ese materialismo de las sociedades del bienestar que nos deja profundamente insatisfechos en nuestras necesidades más íntimas, sociales y trascendentes.

    Esos paseos desprovistos de meta que no sea el mismo pasear, o la oportunidad de conversación o de reflexión, son toda una terapia, física y espiritual.

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  8. Eso de si la gente termina viendo lo que graba con su cámara me recuerda a lo que sucedía cuando se comercializaron los reproductores-grabadores de video doméstico. Era muy común grabar en el video las películas que no daba tiempo a ver; pero eran tantas que una ingente cantidad de cintas de video terminaba ocupando estanterías mientras se seguía grabando más y más películas.

    Según las películas se grababan y almacenaban, era muy frecuente que la inmensa mayoría de ellas jamás se llegaran a ver. En consecuencia, era la máquina, el reproductor de video, quien veía la película por nosotros, lo que nos procuraba la sensación de que no nos la habíamos perdido.

    A resultas de ello, un aparato era el que dictaba unas pautas a su propietario sin que éste llegara a obtener ninguna ventaja o utilidad real de ellas. Era ese aparato quien veía las películas sustituyéndonos, y el causante de que la sala de estar o el trastero estuvieran abarrotados de cintas de video que, cuando apareció el DVD, fueron todas directamente a la basura.

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