Caminábamos entre vacas y caballos cuando nuestro invitado de excepción, Cristóbal Crespo, comentó: “En el comportamiento, no somos tan distintos”
Hablamos de pedagogía y etología y sacábamos fotos de los terneros que retozaban bajo un sol luminoso que entonaba nuestros cuerpos sometidos al frío intenso de una mañana de febrero.
El toro pastaba aparentemente ausente, pero cuando los terneros pasaron a su lado, con su lenguaje corporal le mostraron sumisión y respeto.
El líder de la manada de cachenas, es un padre cariñoso. Lo hemos visto jugar con sus pequeños retoños y le gusta acostarse cerca de ellos. No necesita ejercer un liderazgo violento. Ningún ternero osaría retar a un padre tan poderoso. Tampoco le temen, ya que se muestran confortados con su presencia, pues no duda en acudir en su defensa ante un ataque de los depredadores, y por eso corren a su lado cuando se sienten amenazados. Creo que el liderazgo tranquilo de su padre, los hace ser equilibrados y les ayuda a situarse en el orden social de la manada.
"Terneros de la manada de Cachenas, nacidos en el verano del 2011" |
Estos días, han aparecido en la prensa varias noticias de jóvenes denunciados por agresiones contra sus progenitores. Nuestros amigos de Camiña Social, nos comentaban que cada día llegan más jóvenes con ese comportamiento a los centros tutelados.
Le conté a Cristóbal la opinión de konrad Lorenz sobre la educación antiautoritaria: paradójicamente nació para evitar la frustración, pero acaba generando millones de frustrados. He tomado sus palabras para expresarlo mejor:
“Un sistema social donde el niño constituye el alfa y el omega, no es un sistema normal, sino malsano”
Por otro lado, una psicóloga alemana ha demostrado de forma magistral que la frustración completa y la total ausencia de frustraciones producen exactamente los mismos efectos patológicos sobre el niño.
Si usted la da el biberón a un niño antes de que éste se haya puesto a llorar, o hecho lo que sea para obtenerlo, llegará al mismo resultado que si lo entrega obligándole a llorar para conseguirlo. En los dos casos el bebé se halla imposibilitado de ejercitarse en lo de alcanzar un objetivo o un fin. Ahora bien, ya desde los primeros meses de vida, el niño tiene que aprender que es preciso trabajar para lograr algo. Si adquiere la costumbre de lograr lo que desea sin esforzarse, eso va a producir las mismas consecuencias patológicas que si trabaja sin llegar jamás a obtener nada.
La ausencia de obstáculos que superar es, por consiguiente, tan peligrosa como la existencia de unos obstáculos que resulten insuperables. Basta, entonces, trasponer tal principio al mundo de los adultos, para comprender la naturaleza de uno de los defectos que aquejan a las sociedades modernas.
Por otro lado, el método ‘antifrustración’ origina una jerarquía anormal. Ahí se halla invertido el orden de las cosas: el niño que tiene que aprenderlo todo, queda instalado en el puente de mando, mientras que quienes le podían enseñar algo se encuentran en la parte inferior de la escala, bajo la autoridad del niño.
Semejante situación origina neurosis para el chico quien muy pronto resulta detestado por su entorno exterior, ya que ese pequeño ‘no frustrado’ que pega a su progenitora, que desprecia a su progenitor, es, efectivamente, mal acogido. Lo rompe todo, mata a los pajarillos, rompe acuarios caseros, y encima le dicen: ‘¡Pero si no importa nada de todo eso!’, ‘Está muy bien eso de liberarse’.
Los padres, ese par de inútiles intimidados por un niño de dos añitos, son lo bastante locos para creerse tales cosas. Sólo que el chico, por su parte, no se las cree. Como sucede con los canes, tiene una gran inteligencia para interpretar los mensajes, las comunicaciones no verbales y se da perfecta cuenta de lo que ahí está pasando. Ese niño se encuentra, pues, inserto en un mundo hostil (porque a nadie le gusta tener en casa a niños ‘no frustrados’), rodeado de una pareja de inútiles despreciables, que resultan incapaces de protegerle, porque no tienen la posición dominante necesaria para ello.
Es, realmente, una situación pavorosa, de la cual deriva una creciente inadaptación y, como consecuencia, una tendencia más poderosa a rebelarse. Además, existe una correlación entre la agresividad que se testimonian entre sí los niños de una misma familia y la ausencia de un padre dominante. Esto es algo que se puede observar muy bien en EE.UU., donde hermanos y hermanas se lanzan con gran frecuencia un ‘I hate you’ (¡te odio!).
Y en el mundo de los animales sucede exactamente igual. Entre los lobos, cuando el jefe de la manada desaparece, estallan de inmediato batallas entre los menores.
Que bonita la foto
ResponderEliminarMe gusta la comparativa con las Cachenas, sus terneros y la idea de liderazgo tranquilo. Cuando observo manadas de mamíferos aprendo de esos espacios de juego libre que dejan a sus crías. Como humanos debemos de establecer espacios donde los niños y niñas puedan ajustar sus comportamientos a través del ensayo-error de sus patrones de conducta y conseguir un buen ajuste social en su entorno. El niño debe ensayar (estilos educativos más permisivos) y debe errar o negársele (estilos parentales más autoritarios).
ResponderEliminarLos humanos nos hemos creído que por haber desarrollado un lenguaje oral todas las actuaciones las hemos de hacer habladas (“esto sí”, “esto no”...) y quizás deberíamos aprender de ese liderazgo tranquilo y educar más a nuestras crías con nuestro ejemplo.
Los japoneses dicen que un niño se educa en la espalda de su padre. Es decir, conforme a su ejemplo.
ResponderEliminarEl final de la intervención de Iris, tambien me recuerda a la sentencia de Gom'a
Mas conductas ejemplares y menos preceptos.
Si asumimos nuestro rol de padres y no de colegillas, si lideramos con responsabilidad, educaremos personas responsables.
La violencia, y la agresividad es una manifestación de debilidad. A los mastines no les hace falta ser agresivos, a los retoneros Trini y Morante: si.
Muchos comportamientos agresivos en los jóvenes, denotan lo contrario de lo que aparentan: inseguridad y debilidad