Todavía hoy el entorno de
las Salgueiras nos descubre sorpresas que poco a poco intentaremos ir desvelando
aquí.
En
esta entrada nos ocupamos de dos simbiosis protagonizadas por
castaños.
Desde hacia bastante tiempo,
usamos la bóveda que forman dos árboles junto a la fuente abrevadero para
comer o compartir una tranquila tertulia.
El
frescor que otorga la frondosidad de las ramas en forma de cúpula, acompañadas
por el sonido del agua vertiendo sobre la lamina de agua rodeada de granito,
relaja y conforta. No podríamos encontrar un mejor ejemplo de un espacio
biofílico.
Nunca nos habíamos fijado,
en que uno de los árboles estaba formado por dos troncos que se funden en uno
solo. Resulta sorprendente que tan extraña composición natural se nos escapara a
la vista durante tanto tiempo, pero la visión requiere que lo mismo que ocurre
en una cámara de fotos, se use la distancia focal adecuada. Aquello estaba tan
cerca, que nuestros ojos no apreciaron el detalle que aquí
describimos.
Viendo en detalle el
fenómeno, parece que dos vigorosos troncos de igual porte y tamaño crecieron uno
contra otro enfrentándose en una lucha sin cuartel que duraría años. Ninguno de
ellos quiso rendirse y de ese enfrentamiento acabaron injertados uno contra otro
como si dos enemigos empujando cabeza con cabeza como dos machos de ciervo en
celo, acabaran con su testuz soldada como si fueran siameses.
El
árbol resultante, tiene una resistencia inusitada, pues su base se apoya en una
estructura que correspondería a un árbol centenario y sin embargo mantiene la
lozanía de la juventud, que corresponde a unos árboles que acumulan no más de
tres décadas de vida.
La
composición se completa con el árbol situado mas al norte con el que entretejen
las ramas formando la cúpula vegetal que nos protege del sol durante el
verano.
Crecimiento troncos |
A
unos cien metros, camino del valle y franqueando un bolo granítico de unos
cuatro metros de diámetro, se puede ver un árbol, que en realidad es la suma de
dos. El viejo o primitivo esta muerto, pero apoyado en su estructura crece otro
vigoroso y sano. Esta curiosidad me recuerda las islas madrepóricas formadas por
colonias de corales que van creciendo sobre los esqueletos calcáreos de sus
antecesores. De igual modo, las culturas crecen sobre los vestigios de las
anteriores y los constructores de catedrales o castillos, aprovechan los
cimientos de las anteriores construcciones para levantar nuevas torres, almenas
y baluartes.
Se
nos antoja que el nuevo árbol ya fundido con el viejo, pudo crecer concentrado
en medrar para captar los rayos solares, apoyado en su antecesor para soportar
los vendavales.
Con
los años, uno se ha fundido con el otro y en algunos puntos parece uno solo,
incluso el moribundo parece volver a recuperar prestancia gracias a la sabia que
el nuevo le inocula.
A
poco que nos fijamos, cada paseo por los senderos de As Salgueiras, se nos
descubren nuevas imágenes resultantes de un proceso que ha durado miles de
años de erosión. Las cuevas, los bolos enormes y en general la orografía, son el
resultado de un proceso muy lento que en nuestra dimensión temporal no acertamos
a comprender. Cada imagen esconde una historia oculta y una causa del fenómeno
que nos hace reflexionar. Algunos caprichos pétreos, que iremos describiendo
aquí, quizás contaran con la colaboración del hombre, pues resulta sorprendente
que por sí sola la naturaleza realizara tal composición. Sin embargo, si nadie
recuerda la intervención humana y no se encuentra ningún sentido practico para
las labores agrícolas y ganaderas, la única explicación sería que se debiera a
culturas tan pretéritas como las que levantaron mámoas o dólmenes. Solo la fe en
una divinidad que otorgara trascendencia humana podría justificar un esfuerzo y
determinación tan enorme como para mover bloques tan gigantescos de
piedra.
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