Como el batir de las olas o la ondulación de las llamas en una hoguera, el ruido de la lluvia, siempre igual, siempre diferente, tiene una cualidad hipnótica, relajante, capaz de mantenernos absortos durante largos períodos de tiempo. Mirar la lluvia desde una ventana, con un café o una novela entre las manos; descifrar el morse de las gotas que bailan sobre las tejas o el sonido gutural de los canalones. La naturaleza se baña bajo la lluvia, pero parece también emplearla para decirnos algo, con un canto percusivo que nos invita a acompañarla. Quizá por eso abundan las composiciones dedicadas a la lluvia, la lluvia como sinónimo de tristeza, la alegría irrefrenable de cantar bajo la lluvia o la promesa ilusionante de lo que pasa después de la lluvia.
Los artistas Annette Paul, Christoph Rossner y André Tempel han decidido dar un paso más y convertir la cadencia de la lluvia en la música del azar, quizá como un homenaje a la novela homónima de Paul Auster. Para conseguirlo, han actuado sobre una de las fachadas que forman el Neustadt Kunsthofpassage (Dresde), un conjunto de edificios dedicado a distintos proyectos artísticos. Al muro se han adosado embudos, láminas de metal, trompetas de longitud imposible... Este atípico conjunto de bajantes produce una serie de sonidos que varían en función del ritmo y la cantidad de agua que discurre por su interior. Una especie de pianola caprichosa en la que en lugar de insertar un rollo de música con las perforaciones predeterminadas, se deja a la voluntad de la Naturaleza la capacidad creativa.
Detalle de uno de los embudos |
Annette Paul asegura que la idea se le ocurrió después de varios años viviendo en San Petersburgo, en una casa en la que las tuberías producían todo tipo de sonidos extraños y cautivadores. Los diseñadores pensaron que, puesto que todos los edificios tienen que contar con un sistema de drenaje de pluviales, por qué no convertir este elemento, obligatorio y funcional, en algo original e inesperado. Habitualmente relegados u ocultos,los desagües se convierten en el elemento organizador de la fachada e incorporan una función inesperada que transforma al edificio en una gigantesca caja de música.
Hundertwasserhaus, Viena |
El atractivo del conjunto se completa con su fachada de llamativo tono azul, sin duda un eco de uno de los colores emblemáticos de la famosa Hundertwasserhaus de Viena, el mejor ejemplo de que las viviendas sociales no tienen que ser sinónimo de arquitectura triste, estereotipada o de cero valor estético. Las ciudades no pueden diseñarse como escenarios de un cuento de hadas, pero está bien que algún edificio nos recuerde, de vez en cuando, la importancia de hacer realidad los sueños.
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