Según los datos del informe "La sociedad española y la alfabetización multimedia", elaborado por la Universidad Internacional de Valencia, coordinado por la profesora Maido Moreno, los españoles pasamos una media de ocho horas diarias pendientes de diferentes pantallas. Unas cuatro horas las dedicamos a ver la televisión y las restantes a usar el ordenador, navegar por internet o atender nuestras cuentas en redes sociales. De hecho, España es el país de Europa con mayor penetración de dichas redes, un 47% de media frente al 29% mundial. Resulta paradójico que, según los datos del informe, este uso mayoritario no vaya acompañado de un buen conocimiento de los programas o aplicaciones, un apartado en el que la media es de suspenso.
Los datos de este informe recién publicado confirman una realidad que preocupa a educadores, psicólogos y expertos en temas de la salud. La tecnología, que nos abre ventanas al mundo y amplía la posibilidad de comunicarnos, lo hace a costa de agotar nuestro tiempo y cada vez más voces se alzan para recordar que la vida digital no puede ni debe sustituir a la vida real, a los procesos de interacción físicos reales de hablar, tocar, charlar cara a cara... Los expertos citados en el informe señalan que la sobreexposición a la información digital nos vuelve más impacientes y más dependientes; que se pierde la capacidad para distinguir lo real de lo ficticio o de lo publicitario y proponen educar en períodos de desconexión o abstinencia digital para potenciar, sobre todo entre los más jóvenes, la comunicación cara a cara.
La velocidad con la que se implantan las innovaciones tecnológicas no siempre permite un análisis acerca del modo en que su incorporación a la vida cotidiana puede afectar a nuestra salud. Estos días se ha publicado en España "El demonio de la depresión", un magnífico ensayo de Andrew Solomon sobre una enfermedad que, junto con la obesidad, se ha convertido en una de las grandes protagonistas de los siglos XX y XXI. Solomon menciona la relación entre depresión y pautas de descanso insuficientes, lo que genera un círculo vicioso: una persona con depresión tiende a descansar mal; descansar mal puede ser un factor de riesgo ante la depresión. Y recuerda que, desde la invención de la televisión, la mayoría de la humanidad ha reducido en unas dos horas su jornada de sueño. No se puede hacer una lectura simple, y decir que ver la televisión genera depresión, pero estos estudios nos recuerdan la necesidad de analizar en profundidad nuestros estilos de vida si queremos de verdad afrontar algunos de los grandes problemas sociosanitarios de nuestro tiempo. Y agosto, las vacaciones, pueden ser el mejor momento para apagar el móvil (o encenderlo solo a determinada hora del día), recuperar el placer de la lectura o apostar por una tertulia improvisada, con los amigos de toda la vida o los que acabamos de encontrar en nuestro lugar de vacaciones.
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