Al margen de la incertidumbre en torno al futuro de la LOMCE, el foco del debate educativo se ha trasladado esta semana a la Comunidad de Cantabria, que ha comenzado a plicar este curso su propio calendario académico, de inspiración europea. Al igual que países como Gran Bretaña, Finlandia o Alemania, Cantabria ha diseñado un calendario escolar que acorta las vacaciones de verano (en torno a dos meses, julio y agosto) y que organiza el curso en cinco bimestres, con una semana de vacaciones al término de cada uno de ellos. Esta semana, los escolares cántabros estrenaron sus primeras vacaciones de otoño, un descanso que sin duda ha supuesto un alivio para ellos, pero que está suponiendo un quebradero de cabeza para sus padres.
Como sucede en tantas iniciativas de reforma educativa, el calendario se ha modificado en el ámbito académico, sin tener en cuenta los horarios laborales, la organización de actividades extraescolares (deporte, música) o los planes de conciliación de las familias. En pocas palabras, los padres se encuentran con sus hijos en casa en un período en el que ellos trabajan. Un período corto que obliga a reorganizar la agenda por unos días, para volver a la normalidad oros dos meses y vuelta a empezar. Para los que pueden, la semana se convierte en un recurso a la ayuda de los abuelos; para los demás, en un juego de malabares con los horarios que poco ayuda a la conciliación de la vida familiar y laboral y que no parece conseguir el objetivo último:garantizar a los niños un período de descanso bien organizado. Sin duda el trajín familiar reorganizando la agenda merma la calidad del ocio de los pequeños.
Esta situación nos obliga a reflexionar de nuevo sobre la necesidad de acometer las reformas educativas desde un punto de vista global. La educación reglada no puede ser un sistema autónomo ajeno al conjunto de las necesidades sociales. Para hacer el calendario escolar es preciso que educadores, empresarios y familias se sienten, y trabajen para llegar a soluciones que armonicen del mejor modo posible las necesidades de los alumnos, los horarios laborales y la conciliación de la vida familiar y laboral. Actuar por separado en cada uno de estos campos solo consigue generar confusión y conseguir que una idea sensata, como el mejor reparto de los tiempos de ocio de los escolares, se convierta en la fuente de nuevos problemas o en una fuente de gasto suplementario para las economías familiares.
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