La lucha contra la deforestación de la Amazonía brasileña se ha convertido en uno de los grandes emblemas de la causa medioambiental de nuestro tiempo. Biólogos, zoólogos, premios Nobel, actores y estrellas del rock han prestado su voz o su imagen para trasladar su preocupación a la sociedad y tratar de convencer a políticos y empresarios de la necesidad de promover medidas de conservación de las grandes masas vegetales del planeta. La metáfora que las compara con los pulmones o los termómetros de la Tierra resulta plenamente acertada. De los bosques dependen, entre otras muchas cosas, la calidad del aire, la estabilidad del clima o la posibilidad de conservar miles de especies animales que, desprovistas de su hábitat, se verán irremediablemente abocadas a la extinción.
Por desgracia, la fuerza del Amazonas brasileño como bandera lleva a olvidar que selvas de otros rincones del planeta, en Asia, África, Europa o la propia América Latina, sufren agresiones similares. La minería incontrolada, proyectos urbanísticos o de infraestructuras mal diseñados y los intereses de las grandes compañías madereras y frutícolas provocan su paulatina desaparición. Los medios de comunicación trasladan con cierta frecuencia a la opinión pública cifras alarmantes sobre los miles de hectáreas perdidas, pero muchos expertos insisten en la importancia de analizar no solo la destrucción sino también las supuestas cifras de recuperación que se difunden desde fuentes oficiales.
Es la postura de Marc Dourojeanni, profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina y colaborador de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), que el pasado agosto publicaba en la web Actualidad Ambiental de Perú un interesante artículo sobre la deforestación en la Amazonía peruana. El profesor Dourojeanni analiza cifras oficiales desde 1960 y expone con claridad las dudas que generan muchas estadísticas y los trucos que se emplean para mejorar de manera ficticia los resultados de la lucha contra la deforestación: cambios en la denominación de los tipos de suelo, cambios en los lindes de las demarcaciones administrativas o la consideración de los bosques secundarios como bosques originales. Como insiste el autor, los bosques secundarios, esto es, los que se generan tras la deforestación del bosque original, carecen de la riqueza de especies vegetales de los primeros y no recuperan los ecosistemas dañados.
La preocupación por la deforestación está de actualidad como una de las subtramas de Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, el autor de moda en Estados Unidos, que cuenta entre sus lectores al presidente Barack Obama y a la popular presentadora Oprah Winfrey. En la novela, un trust de empresas pone en marcha un plan de minería agresiva en las montañas de Virginia y contrata a un ecologista bien intencionado pero poco formado para convencer a la opinión pública de que una vez que se destroce la capa vegetal del monte y se extraiga el mineral, se recuperará el bosque y se creará una nueva reserva natural. Obviando, claro, que en 25 años no se pueden recuperar bosques que han crecido durante milenios.
En As Salgueiras organizamos actividades que conciencien a todos, pequeños y grandes, del valor de los bosques. De su importancia como fuentes de biodiversidad, de salud, de bienestar. Y por eso estudiamos las posibilidades de explotación de maderas como la robinia, una especie que nos parece idónea para evitar el uso de maderas tropicales como la teka. Porque un bosque es una filigrana maravillosa e intrincada, que tarda milenios en consolidarse pero puede venirse abajo en un instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario en As Salgueiras