A pesar del carácter peyorativo que en castellano tiene la expresión "andarse por las ramas", todos hemos soñado en alguna ocasión con vivir en la copa de un árbol. La literatura y el cómic están llenos de pueblos arbóreos, y en el imaginario popular norteamericano, la casa en el árbol ocupa también un lugar destacado. Construirla une a padres e hijos, o a un grupo de amigos que se animan a hacer algo juntos. La casa, elevada, es un espacio mágico, a la vez refugio y atalaya, a la que marcharse para contemplar con algo de distancia el mundo que nos rodea. Club de acceso restringido, como la quieren Calvin y Hobbes, nos ayuda a decidir cuáles de nuestros amigos merecen ser invitados a subir, con quién podemos y queremos compartir nuestros secretos. En la literatura europea, resulta inolvidable el barón de Calvino, que convierte en realidad el sueño de vivir más cerca del cielo.
Vista aérea de la casa en el bosque de Almasov Aibek |
En los últimos años, además de mantener su carácter de juego infantil privilegiado, las casas en los árboles han conocido un nuevo auge, con hoteles que ofrecen como habitaciones cabañas construidas en los árboles, y jardines como el botánico de Chekwood, en Nashville, han organizado exposiciones en los que distintos diseñadores recrean casas en árboles inspiradas en obras literarias, como la casa del Walden de Thoreau o la casa-agujero de Bilbo en las obras de Tolkien.
En la mayoría de las fórmulas tradicionales, el árbol es un soporte para construir una cabaña entre sus ramas, y el encanto parte de la sensación de elevar al cielo estructuras que habitualmente vemos a ras de tierra. Sin embargo, en Kazajstán, el arquitecto Almasov Aibek ha creado una estructura que convierte a un árbol en el eje central de un diseño acristalado, en el que el tronco actúa no tanto como pilar o sustento sino como hilo conductor de una manera de mirar la naturaleza, el árbol en sí, y todo el bosque circundante.
Vista general de la vivienda y el bosque en el que se levanta |
La obra, todavía en curso, y que se terminará en el año 2014, ha sido encargada por una pareja que deseaba contar con "un lugar de meditación y reflexión en plena naturaleza". Almasov ha declarado que su proyecto trataba de combinar "entorno natural y construcción protectora sin crear barreras visuales". Un objetivo que, por lo que sugieren las imágenes, se ha cumplido con creces.
Interior de la vivienda, con la madera como elemento dominante |
NOTA. Al repasar las casas en los árboles, hemos vuelto a leer algunas de las magníficas tiras cómicas de Calvin y Hobbes. Aunque son muy conocidos, el prolongado retiro de su creador (Bill Watterson decidió dejar de dibujar cómics en 1995 por discrepancias creativas con las condiciones del mercado) hace que muchos lectores jóvenes no las conozcan. Sin caer en tópicos o en innecesaria sensiblería, la relación de un niño de 6 años con su tigre de peluche se convierte en un canto a la amistad, un impagable manual de psicología infantil y, también, en una defensa de la naturaleza. Las viñetas dedicadas al hallazgo de un pájaro muerto, o la imposibilidad de salvar a un mapache atropellado por un coche, son una hermosa reflexión sobre la fragilidad de la vida y la belleza.
Cada vez que tras una travesura, Calvin tiene un problema con sus padres, los campos y riachuelos cercanos son el lugar que escoge para meditar sobre el incomprensible mundo de los adultos, cuando no decide subir con Hobbes a la casa del árbol, el club privado en el que no quiere admitir a Susie, la hija de los vecinos, con la que mantiene una irresoluble relación de amor/odio. Calvin y Hobbes son, además, auténticos amantes de la Navidad (que viven envueltos en épicas batallas de bolas de nieve y con la esperanza de que por fin Santa Claus les regale un desintegrador atómico) así que estas son unas fechas estupendas para (re)descubrirlos.
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