Hace treinta años en el
contexto de una experiencia de acción autogestionada promovida por
una organización de base que fundamos con unos vecinos del rural
gallego, redacté una frase que me complace ver ahora reflejada por
mi amiga y colaboradora Daniela Bequio, para defender en la patria
de Franchesco Tonuchi, los valores de la psicología ambienta.Venía a decir que mucho
más que la influencia de la familia o amigos, incluso de la voluntad
de ser, estaba la del entorno y el paisaje. En una pequeña aldea
gallega – para Neira Vilas – el templo de nuestra cultura- se
encontraba la síntesis antropológica de nuestra razón de ser. Allí
podría encontrarse resumido como la cadena de ADN de una célula
puede representar todo un organismo complejo- los trabajos de Carmelo
Lisón o Tadasi Yanai (con el que tuve el honor de hacer trabajo de
campo) sobre la forma de ser y de entender la vida de los gallegos.
Yo nací en Uruguay y a
los seis años me volví con mis padres. Para no perder curso, me
mandaron a una pequeña aldea, en donde mi tía ejercía de maestra
rural. No había luz eléctrica ni carreteras, nos venían a buscar
en una yegua, después de un día entero tomando varios coches de
linea.El patio escolar de
aquella escuela en donde convivíamos niños y niñas de todas las
edades, era un trozo de campo que como única comodidad tenía una
barrera vegetal para protegernos del frío de la montaña en invierno
y del sol del verano. Nuestras las hacíamos nosotros mismos con
palos y piedras y el columpio era una rama de un viejo roble.
Hoy que exportamos
sofisticados y certificados parques infantiles a todos los
continentes, añoro para los niños de hoy, aquel “parque
infantil” de mi infancia. No podía ser más
biofílico pues estábamos rodeados de árboles y animales, nuestro
parque infantil tenía lagartijas y grillos, incluso gnomos y
leyendas. La variedad de género y
edad de los niños fomentaba la amistad, la condolencia, el espíritu
de protección, incluso el maquiavelismo para gestionar al fuerte o
abusón. En definitiva, nos entrenábamos para ser adultos
practicando el juego libre no dirigido, que años después
estudiaba Konrad Lorenz y Francisco Braza con las herramientas de la
etología, llegando a contundentes conclusiones que todos deberíamos
de tener en cuenta para la educación de los niños y el urbanismo.
Nuestra iPad era el
pizarrillo. Nuestro youtube, los cuentos de los viejos alrededor del
fuego del hogar. Era imposible aislarse como los hikicomoris, porque
literalmente nuestros amigos nos arrancaban de casa. Nuestra hogar
era toda la aldea, las casas de todos, la pequeña plaza en donde se
hacían los trabajos comunales y praderas donde pastaba el ganado.
En todo ese espacio que nos parecía infinito, corríamos libres con
la única asistencia de nuestro instinto y la emulación de los
mayores. Ahora vivimos en ciudades
tomadas por los coches, los parques infantiles y patios escolares son
auténticos recintos vigilados celosamente por los adultos que median
entre los niños limitando su capacidad de interrelaccionarse.
Incluso estos días leemos propuestas de convertir el juego en el
objetivo del “gran hermano”.
Ya no hay árboles donde
trepar y los parques son asépticos y nada biofílicos. La mayoría
de los niños padecen el síndrome de desarraigo con la naturaleza
que se les presenta amenazante y peligrosa.
Si – como sostenía al
principio- nuestra personalidad y nuestra cultura esta modulada por
nuestro paisaje, me pregunto que quedará en nuestros niños de
aquellos “Balbinos” de mi infancia.
- La Doctora Daniela Bequio es pedagoga y desarrolla su trabajo en el ámbito del espacio público en Italia.
- Franchesco Tonuchi es pedagogo y su trabajo “ La ciudad y los niños” es una obra de referencia en lo que respecta a la relación del urbanismo e infancia.
- Carmelo Lisón y Tadashi Yanai son antropólogos . Carmelo Lisón cuenta con la Medalla de Galicia por sus trabajos sobre la cultura rural gallega.
- Pizarrillo era una pequeña pizarra individual, con marco de madera que se usaba en las escuelas rurales, dado que no se disponía de papel y bolígrafos.
- Balbino es el protagonista de la Novela de Xosé Neira Vilas – Memorias de un neno labrego – Memorias de un niño campesino.
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