En As Salgueiras somos ambiciosos. No nos conformamos con diseñar parques de calidad. No queremos que nuestras ideas para los espacios públicos sirvan como la coartada que permite perpetuar los defectos de diseño que presentan la mayoría de nuestras ciudades: omnipresencia del tráfico rodado; falta de espacios verdes a los que acceder paseando (sin coger el coche); predominio del transporte individual privado frente al colectivo y público; diseño general pensado para un varón de entre 30 y 50 años que se mueve en su automóvil; falta de atención a mayores, personas con discapacidades, niños... Frente a este panorama, desde As Salgueiras entendemos que el diseño de parques y espacios públicos debe servir como ejemplo y como acicate para trasladar la creación de espacios de valores, de convivencia, acogedores para niños y mayores, al conjunto de la ciudad. No se trata de que los parques compensen las deficiencias de las ciudades, sino de que ayuden a eliminarlas en un futuro no muy lejano.
Por eso nos encanta conocer organizaciones como el Instituto a Criança na Cidade, que desde Vila Nova da Gaia, en el vecino Portugal, promueve la reflexión acerca de la experiencia de ser niño en la ciudad. Que debaten acerca del modo en que el diseño urbano da la espalda a las necesidades de los niños, no les propone entornos acogedores que favorezcan su desarrollo, y les relega a una categoría pasiva: los niños, en la ciudad, deben de ser transportados y/o vigilados y/o recluidos en entornos cerrados, porque la ciudad es una jungla llena de amenazas constantes. Lejos quedan los años en los que la escasez de coches permitían jugar en la calle o que los menores se desplazasen unas cuantas manzanas solos, a casa de un amigo, por un barrio en el que todos los vecinos se conocían.
Al hilo de las reflexiones de Francesco Tonucci, el Instituto Criança na Cidade (con el que colaboran pedagogos, ingenieros, arquitectos, psicólogos, médicos, abogados...) organiza concursos y actividades escolares en las que se les pide a los niños su opinión sobre la ciudad: lo que les gusta, lo que les molesta, lo que les gustaría añadir. Y sobre ese materal trabajan para elaborar proyectos, propuestas o para trasladar a sus ámbitos profesionales la necesidad de contar con la opinión de los pequeños. Porque uno de los peores aspectos de la sobreprotección de la infancia consiste en convertirlos en ciudadanos pasivos. En sujetos a los que se enseña, se da órdenes, se les organiza el horario. Nuestros amigos portugueses nos recuerdan la importancia de sugerir, de dejar que los niños descubran por sí mismo en lugar de escuchar todo el día lecciones; de escucharlos, de hacerles sentir que lo que dicen impora; de dejarles tiempo para el juego libre, para que dibujen, incluso para que aprendan a aburrirse. La importancia de generar ciudades inclusivas para estos ciudadanos especiales, sin voto, en formación, pero con unos derechos que no siempre recordamos (leer la Declaración Internacional de Derechos del Niño equivale siempre a pasar un rato de bochorno). Ciudadanos del futuro que pueden ayudarnos a mejorar el presente si sabemos escuchar sus propuestas.
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