Resulta prácticamente imposible poner un pie en la calle este verano sin tropezar (en el sentido literal del término) con algún preadolescente que camina o casi corre por la calle, tan atento al entorno como a la pantalla de su móvil, empeñado en cazar algún "pokemon". En As Salgueiras, ya lo sabéis, defendemos los valores del juego libre, de los juegos tradicionales, de los juegos improvisados por los propios niños. Y nos parece que los menores ya pasan demasiadas horas ante la pantalla de la tele o del ordenador. Es importante fomentar el contacto con la naturaleza, el ejercicio físico, la actividad al aire libre, especialmente en la época de vacaciones.
Es cierto que el éxito de Pokemon Go, la aplicación de móviles que invita a salir a la calle a la caza de estos personajes de animación, marca un punto de inflexión en el terreno de los juegos en pantalla. Frente a otros intentos menos exitosos de combinar ejercicio físico y consolas, este juego se basa, fundamentalmente, en poner en movimiento a los jugadores. En hacerles recorrer el entorno. De hecho, algunos aspectos del juego requieren que se recorra una distancia mínima (por ejemplo algunos tesoros no se pueden reclamar hasta cubrir, por ejemplo 5 kilómetros). Así que, por una vez, el juego en una pantalla no es sinónimo de pasividad, de horas sentado en el sillón.
Sin embargo, también surgen algunas dudas. La obsesión por el juego ha generado ya situaciones grotescas (jugadores en iglesias, comisarías o monumentos) y es fácil pensar en derivas de juegos similares que fomenten la búsqueda de elementos virtuales superpuestos a zonas de riesgo, con la posibilidad de que se generen accidentes (como sucede por desgracia con la moda de los selfies espectaculares) o situaciones de cuasi vandalismo (entrar en zonas prohibidas o difíciles porque lo dice el juego). Por otra parte, caminar/correr, por la calle, mirando el móvil, supone un factor de riesgo y puede llevar a los menores a relajar las precauciones a la hora de cruzar la calle, bajar la acera, etc.
Para quienes estudiamos el mundo del juego (y ya peinamos algunas canas) no deja de resultar curioso el éxito arrollador de un juego que no es sino la versión tecnológica de la tradicional caza del tesoro (como la búsqueda del huevo de Pascua en los jardines americanos). O de las carreras de orientación con mapa, brújula y pistas, que hacen furor desde hace décadas en los países del norte de Europa.Y sería bueno que padres y educadores aprovechásemos este boom virtual para recordar a los chavales que en una marcha de orientación, los tesoros (flora, paisajes, fauna) son reales, no dibujos generados por ordenador. Que el placer de aprender a orientarse por uno mismo resulta más gratificante que ser teledirigido por gps. Y sobre todo, que en los juegos tradicionales, no hay que parar de jugar cuando se acaba la batería del móvil, porque la energía que los sustenta - la imaginación - es inagotable y se recarga jugando.
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