19 de septiembre de 2014

ERASE UNA VEZ...

Muchos padres tienen la costumbre de leer un cuento a sus hijos antes de dormir. Son padres excelentes, que saben que acostumbrar a los niños al placer y el hábito de la lectura es uno de los mayores regalos que pueden ofrecerles. Y hay padres que, cada noche, sin libros de por medio, son capaces de inventar un cuento para sus hijos, a partir de sus animales favoritos, de las vivencias del día, de personajes clásicos como reyes o payasos... estos padres son verdaderamente mágicos. 

Pocas cosas impresionan más a un niño que ser testigo del ejercicio de la narración, comprobar como de la boca de un adulto fluye como por arte de magia una sucesión de peripecias inagotable sobre la que, además, pueden actuar ("no mamá, no era un caballo blanco, era una cebra disfrazada que se había pintado con talco las rayas negras"). Hasta hace bien poco, cuenta cuentos, bardos, poetas, juglares y narradores contaban con un prestigio especial. Muchos abuelos gallegos recuerdan la fiesta que suponía la visita a la aldea de una compañía de titiriteros como la de Barriga Verde. La generalización de la alfabetización, el acceso a los libros y el auge de los medios audiovisuales ha llevado a relegar un poco la costumbre de inventar cuentos. Los niños son hoy, sobre todo, espectadores y lectores pasivos de historias escritas por otros, con personajes de éxito que mantienen una iconografía rígida, y con aventuras tan espectaculares como repetitivas en la mayoría de los videojuegos del mercado (salto, voltereta, doble click...) 

Así que hoy queremos felicitar a nuestros compañeros de Galopín, que han decidido invitarnos a contar una historia nueva cada vez que vayamos al parque. Para hacerlo han creado los "galopines", personajes que recuerdan los tipos genéricos del guiñol o de los cuentos clásicos: un rey, un mariachi, un cocinero... Encaramados a las torres, en las esquinas de las barandillas, asomados a un balancín... los galopines van a incorporarse a los parques y elementos de juego de la firma para estimular la imaginación de los niños y de sus acompañantes. Un castillo medieval, un parque poblado por personajes históricos, una propuesta de juegos organizados por oficios (bomberos, ferroviarios, policías, médicos)... Los galopines están ahí, perfectamente identificables pero sin nombre, para que cada niño los bautice una y mil veces; como actores siempre dispuestos a cambiar de papel, hoy vikingo temible, mañana vikingo explorador de América. Porque invitar a un niño a inventar sus propias historias constituye sin duda una de las mejores herramientas para estimular su imaginación y el desarrollo de su cerebro. Porque contar cuentos es una buena manera de hacernos adultos.

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