Academias y pasantías para los que han suspendido; campamentos para ayudar a conciliar las largas vacaciones escolares con las más cortas de los padres; vigilancia a mayores de los abuelos, aun más imprescindibles en verano que durante el resto del año... En el estilo de vida urbano occidental, el mes de julio marca para los menores el paso de una rutina reglamentada - la del curso - a otra, agradable y formativa, pero de nuevo marcada por el calendario de los adultos. Ahora que se aproxima agosto es buen momento para recordar que, como dicen los pedagogos, el verano debe de ser un tiempo de ruptura de rutina para los menores. Que es importante que aprendan a gestionar su tiempo, a organizarse, incluso que conozcan el tedio de una tarde de verano sin amigos, con bochorno o en la que la lluvia rompe el plan de ir a la playa.Y sobre todo, no nos cansamos de reivindicar el verano como una época privilegiada para que nuestros hijos recuperen, al menos momentáneamente, aquel tesoro que disfrutaron nuestros padres: el juego libre, autoorganizado, sin la presencia constante de adultos.
El escritor norteamericano Paul Auster recuerda en su "Diario de Invierno", los ratos en que jugaba al béisbol con sus amigos en Grove Park, que a pesar de su nombre, no era un parque sino "un rectángulo de césped bien cuidado flanqueado por casas en sus cuatro lados, un lugar agradable, uno de los espacios públicos más encantadores de tu pequeña ciudad de New Jersey". Durante el juego "no hay adultos presentes. Los niños establecen sus propias reglas de juego y arreglan las discrepancias entre ellos, a veces con palabras, ocasionalmente con los puños". Y antes de que, padres modernos y sobreprotectores, nos espantemos ante la vuelta a la barbarie que parece asomar ante cualquier pelea o enfrentamiento, el propio Auster nos deja un hermoso recuerdo del sentido común presente en esos juegos. Al acabar un partido, el escritor choca con otro amigo. El impacto es fuerte y Auster tiene una brecha en la frente que sangra copiosamente. "Los otros chicos se alarman...Afortunadamente, la consulta del médico de tu familia está enfrente, en uno de los edificios que flanquean Grove Park". Los amigos llevan a Auster al médico, que en ese momento está ocupado pasando consulta; a pesar de la sangre, la enfermera les dice que esperen. Los amigos, preocupados, hacen caso omiso de la enfermera y entran en la consulta sin llamar, para sorpresa de la paciente, una mujer de mediana edad. Al ver la sangre, el médico interrumpe la consulta y cose la herida.
Después de más de medio siglo, de haber triunfado como escritor y viajado por medio mundo, Auster recuerda con viveza y cariño el espacio público en el que jugaba con sus amigos. La anécdota rompe además una lanza a favor del sentido común de los menores, de su capacidad para organizarse, enfadarse, pelear o resolver situaciones complicadas. Así que en agosto, probemos a sentarnos con un buen libro y aprendamos a dejar que nuestros hijos jueguen con sus amigos sin levantarnos cada vez que escuchamos un grito o una riña, sin organizarles el juego, sin llevarles la merienda. Seguro que descubrimos lo bien que se organizan, lo capaces que son de resolver sus diferencias y, si en medio del fragor del juego, un día olvidan la merienda, ya cenarán después.
PAUL AUSTER'S FREE PLAY
Extra classes for those who have had bad marks; camps to help reconcile long school holidays with the shorter ones of the parents; surveillance
of grandparents, even more essential in summer than during the
rest of the year ... In the western urban lifestyle, the month of July
marks for children the passage from a regulated routine - that of the
course - to another one, pleasant and formative, but again marked by the calendar of adults. Now
that August is approaching, it is a good time to remember that, as the
pedagogues say, summer must be a time of routine breakdown. That
it is important that kids learn to manage their time, to organize, even
to know the tedium of a summer afternoon without friends, hot weather or in which
the rain breaks the plan of going to the beach. And above all, we do not
get tired to claim the summer as a privileged time for our children to recover,
at least momentarily, that treasure that our parents enjoyed: free play,
self-organized, without the constant presence of adults.
The
American writer Paul Auster recalls in his "Winter Diary," the times
when he played baseball with his friends in Grove Park, which despite
his name was not a park but "a rectangle of well-tended grass flanked by
houses on all four sides, a pleasant spot, one of the loveliest public spaces in your small New Jersey town". During
the game "no adults are present. You establish your own ground rules of play and settle disagreements among yourselves, most often with
words, occasionally with fists." As modern and overprotective parents we start to tremble about the return
to the barbarity that seems to appear before any fight or confrontation,
but Auster himself leaves us a beautiful memory of the common sense present
in those games. When finishing a match, the writer collides with another friend. The impact is strong and Auster has a big gap in the forehead that bleeds copiously. "The
other kids are alarmed ... Fortunately, the office of your family doctor is just across the way, in one of the houses that line the perimeter of Grove Park." The friends take Auster to the doctor, who at that moment is busy passing consultation; despite the blood, the nurse tells them to wait. The
friends, worried, ignore the nurse and enter the office without
calling, to the surprise of the patient, a middle-aged woman. When he sees the blood, the doctor interrupts the consultation and sews the wound.
After more than half a century, having triumphed as a writer and traveled around the world, Auster remembers with vivid affection the public space in which he played with his friends. The anecdote also speaks in favor of the common sense of minors, their ability to organize, get angry, fight or solve complicated situations. So in August, let's try to sit down with a good book and learn to let our children play with their friends without getting up every time we hear a scream or a fight, without organizing the game, without bringing the snack. Surely we discover how well they are organized, how capable they are of solving their differences and, if in the midst of the din of the game, one day they forget the snack, they will dine afterwards
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