El inicio del curso escolar marca para las familias
de 7 millones de estudiantes el arranque de un nuevo año. Tras el descanso
estival, los padres vuelven a preocuparse por los libros, el material, los uniformes.
El inicio de la guardería, el final de primaria, la llegada al instituto… todas
las etapas generan sus propias inquietudes, diferentes y a la vez parecidas.
Las matemáticas, el inglés, la necesidad de acertar en una formación que
prepare en lo personal y siente las bases de una futura carrera profesional.
Sin embargo, corremos el riesgo de que la preocupación por el
estudio, por lo académico o por las actividades extraescolares nos lleve a
relegar una necesidad básica en el desarrollo y la formación de los niños: el
juego. Ahora que escasea el tiempo libre y que los días se vuelven grises o
lluviosos, es cuando debemos pensar cómo y dónde van a jugar nuestros hijos,
nuestros alumnos, durante los nueve largos meses que dura el curso. ¿Es
adecuado el patio del colegio? ¿Tenemos cerca un parque o un espacio en el que
puedan jugar con el menor riesgo posible? ¿Qué tiempo reservamos al día para el
juego?
Junto con la preocupación por la formación
académica, la apuesta por las actividades extraescolares (un idioma, un
deporte, un instrumento) lleva en muchas ocasiones a sobrecargar la agenda
diaria de los más pequeños, que acaban “trabajando” más horas que los adultos.
Sin duda, la práctica de una actividad artística ayuda al niño a relajarse de
la jornada escolar; el deporte es una fuente de valores y de bienestar en la
lucha contra el sedentarismo; y aprender un idioma puede ser una experiencia
tan divertida como fascinante, ya que descubre una nueva manera de ver el
mundo.
Pero el desarrollo de los niños no puede centrarse
solo en la asistencia, como alumnos, a actividades regladas en las que una
serie de adultos los guían, les preguntan, gestionan su tiempo o sus
respuestas. Es imprescindible para el desarrollo que los niños dispongan de
tiempo para jugar libres, para jugar con sus iguales. Para organizar su juego, descubrir
nuevas reglas, dejar volar su imaginación y evolucionar bajo la tutela de
adultos que velen sólo por su seguridad, sin inmiscuirse en sus procesos de
interrelación. A diferencia de lo que ocurre después, en la vida de los adultos,
en el juego libre, la forma de los objetos no prefigura su función. Un palo
puede ser un bastón, una espada o un bate (de béisbol o billarda). Un tobogán,
la salida de un gran premio, una montaña que escalar o un trineo en el que
bajamos todos juntos. Jugar es siempre crecer, descubrir el mundo y, sobre
todo, descubrir recursos propios, físicos y psicológicos, que a veces no llegan
a utilizarse del todo en la escuela.
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