15 de noviembre de 2013

MEDIOAMBIENTE Y SENTENCIAS

Esta semana se producía la que sin duda es la noticia medioambiental del año en España, la lectura de la sentencia por el juicio del Prestige. El fallo, que excluye responsabilidades penales para los encausados y rebaja a 22 millones de euros el dinero a pagar por la aseguradora, frente a los más de 4.000 millones en que se cifraron los daños de la catástrofe, ha suscitado gran cantidad de reacciones, mayoritariamente contrarias, ha reabierto debates políticos y ha puesto de nuevo sobre el tapete la duda acerca de si las costas gallegas están hoy mejor protegidas que antes del accidente.


Al margen de opiniones políticas, todas ellas respetables, lo cierto es que la sentencia sugiere una serie de reflexiones interesantes desde el punto de vista de la defensa del medioambiente.

- Es imprescindible agilizar el ritmo de la justicia. Una catástrofe ambiental ocasiona daños cuando se produce y estos daños son mayores cuanto más se tarda en actuar para reparar sus causas. Las tareas de recuperación deben de ser inmediatas y disponer del mayor caudal de fondos posible. Al margen de las aportaciones públicas, resulta obligado agilizar el proceso que determina las responsabilidades privadas y el cobro de las indemnizaciones pertinentes, para que la parte correspondiente de dichos fondos se incorpore cuanto antes a proyectos medioambientales

- La justicia funciona mejor cuanto más claro es el marco de juego. En el vertido del Exxon Valdez del año 1989, que cambió la legislación medioambiental estadounidense, las reclamaciones resultaron efectivas porque se actuaba contra una empresa conocida, el grupo Exxon, que tenía beneficios billonarios. En casos como el del Prestige, asistimos atónitos a la catástrofe de un aparente buque fantasma, del que se desconocen dueños, naviera, empresa.... Si el medioambiente es de todos, no puede ser que los agentes que lo amenazan no sean responsabilidad de nadie. Detrás de una actividad de riesgo debe exigirse una empresa solvente, capaz de asumir el coste de una catástrofe.

- La conciencia medioambiental no es una moda vintage de finales del siglo XX. La respuesta de los voluntarios limpiando las playas fue emocionante, las movilizaciones  tras la catástrofe midieron el grado de indignación de la ciudadanía. Pero un fogonazo, por intenso que sea, siempre es menos efectivo que un goteo. En España no se ha consolidado un partido verde que tenga el peso de sus homólogos alemanes o escandinavos. Sin este referente, no puede extrañar que las cuestiones medioambientales fluctúen al alza o a la baja en función de los intereses de los grandes partidos generalistas.La reclamación de políticas eficaces de protección ambiental debe ser continua, con o sin accidentes, con o sin crisis económica, gobiernen tirios o troyanos.

- La satisfacción, o la frustración, no equivalen a la información. Aunque la sentencia hubiera dictado penas de cárcel, seguiríamos sin saber si contamos con un protocolo de actuación mejor diseñado en caso de nuevo accidente. Seguiríamos sin saber quiénes y con qué criterios formarían un hipotético gabinete de crisis. Seguiríamos sin contar con un puerto refugio en caso de que determinados tipos de accidentes contemplen esta opción como la mejor. Seguiríamos destinando una inversión inferior a la media europea a proyectos de I+D que son los que pueden estudiar la regeneración de las costas o la evolución de especies afectadas y generar nuevas soluciones de lucha anticontaminación o de recuperación ambiental. La lista de lo que ignoramos y de lo que aún no tenemos (remolcadores de gran potencia incluidos) sigue siendo larga.

- En lo que hace a la Naturaleza, ninguna sentencia restituye la situación previa al daño causado. Por eso, al margen de opiniones personales acerca del fallo del Prestige, cabe extraer una conclusión común: debemos invertir más en prevención, en protección y en defensa del medioambiente. Debemos evitar que la crisis económica relegue a un segundo plano las políticas medioambientales. Para evitar la sensación de fracaso o burla que dejan algunas sentencias, y porque la Naturaleza no puede acelerar su ritmo de recuperación, ni siquiera cuando los culpables acaban en la cárcel.

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