30 de noviembre de 2010

Un proverbio africano

Por Manu Iglesias

Dice un proverbio africano que para educar a un niño hace falta una tribu.
La educación es una tarea que requiere a muchas personas, desde los padres, la familia, los profesores, etc. Por eso es necesario un grupo social donde el niño se integre: una tribu entera.

Por la especialización, hoy día hemos segmentado la educación hasta el punto de que ya no es una tarea colectiva en la que todos nos implicamos. La hemos fragmentado tanto que no pocas veces generamos en el niño roles contradictorios: competitividad, solidaridad, igualdad, diferencia, esfuerzo, autorrealización, etc. El niño no sabe como vivir esas dimensiones de forma armónica. Y nosotros tampoco, porque ya no hay tribu, ahora hay una multitud de agentes especializados que no se comunican y nos enseñan las cosas de modo fragmentario.

La participación de los padres ha disminuido por culpa de la escasez de tiempo y de la TV. Los abuelos ya no comparten el hogar. La escuela está masificada y el tutor está ocupado en multitud de tareas administrativas. El patio escolar está ocupado por niños “en serie”, es un espacio controlado y aislado de la sociedad. La tendencia es compartimentar: los mayores en un sitio dedicados a sus partidas de cartas, los niños en el parque infantil controlados por un adulto, los jóvenes con el 'botellón'. Hemos acabado con los espacios de libertad para relacionarnos y socializarnos teniendo como única alternativa otros espacios virtuales donde idealizamos a las personas e impera el mito de la media naranja, que implica una idealización excesiva cuando no asumir identidades ficticias.

Cuando las calles no estaban atestadas de coches y el urbanismo no había llegado a colonizar todos los espacios abiertos, había ámbitos no controlados, e incluso aparentemente abandonados, donde niños, jóvenes y mayores convivían desarrollando cada uno su rol dentro de la tribu. A veces, los niños teníamos que hacer los recados de los señores mayores y, por supuesto, respetarlos. Las madres atendían a todos alternando su responsabilidad con otras madres.

Hoy hemos convertido la educación en un trabajo en cadena donde cada uno aprieta un tornillo sin saber del resultado final. Con ello también hemos convertido la educación y el sujeto de ella en un producto o servicio más. El colegio y multitud de actividades extraescolares nunca suplirán el papel de la familia y esa tribu más amplia que son los vecinos, la gente del barrio, los mayores… No digo que haya que regresar a formas de vida tribales, pero sí que debemos replantearnos seriamente el papel de la comunidad y el espacio público en la educación.

26 de noviembre de 2010

Arte e solidariedade

Por Xulio Correa
Mucho cuidado con los cocodrilos, vienen despacio y nunca los ves, se la comieron sonriendo tranquilos, yo me di cuenta y me fui por pies.
Este es un fragmento de la canción en la que Cristina Rosenvinge, mirando al pasado, cuenta donde estaban los peligros que hicieron daño a su generación. Las drogas se llevaron a mucha gente, pero otros, mordidos por los cocodrilos, siguen entre nosotros deseando curarse, para ellos el Proxecto Home mantiene comunidades terapéuticas para la la desintoxicación y reincorporación social.

Arte e Soliedariedade es la exposición nacida de la donación de obra de 107 artistas para ayudar a financiar esta causa, supone una radiografía del arte gallego actual y puede visitarse actualmente en la sala de exposiciones de la Fundación Caixa Galicia en A Coruña.
En la foto: Mar das duas Marolas, 96x96 cm, imagen sobre lienzo, Xulio Correa, 2007

23 de noviembre de 2010

23 de noviembre, “Día de los Bosques autóctonos”

Por Francisco Figueroa

Lo de celebrar el día de tal o cuál cosa se está convirtiendo ya en una suerte de mecanismo mediático cínico para recordarnos algo ese día concreto y que nos olvidemos de ello cómodamente el resto del año, a menudo eludiendo responsabilidades y compromiso real con aquello que se conmemora. A pesar de ello ARBA (Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono) instauró junto con otras organizaciones el Día de los Bosques Autóctonos, 23 N, hace ya un par de décadas, puesto que los días que se vienen generalmente dedicando a acordarse de los Bosques (el Día Internacional del Árbol o Día Forestal Mundial, 21 de marzo, el Día de la Tierra 22 de abril o El Día Internacional del Medio Ambiente, 5 de junio) no son precisamente las mejores fechas para plantar un árbol en España. Por otra parte la Fiesta del Árbol es algo que se viene ya celebrando en diversos lugares y en distintas fechas con plantaciones por parte de vecinos desde hace más de un siglo, como en Villanueva de la Sierra, Extremadura, desde 1805 los martes de carnaval se reúnen los vecinos para plantar árboles de la comarca, o en diversos pueblos catalanes desde 1905.

En fechas próximas al 23 de noviembre diversos amantes de los árboles y de los bosques autóctonos se dedican a reforestar con especies naturales propias del lugar en que se dan. Entre las más habituales, encinas, robles (melojo, carballo, quejigo), fresnos, castaños, sauces y otras según la zona, en ocasiones amenazadas o en peligro de extinción. Suelen participar vecinos y familias en jornadas festivas. Junto con árboles y semillas se planta ejemplo y se siembran buenos sentimientos, y suele dejar bastante contentos a los participantes, creo que es una prueba más a favor de la teoría de la Biofilia, y del efecto psicológico salutífero que el paisaje provoca en nosotros. Es un paso positivo, poner un pequeño grano de arena para intentar mejorar el entorno, pero sin que los árboles impidan ver el bosque de la realidad que vivimos: a menudo son también jornadas reivindicativas. También suelen ser ocasión de actividades de educación ambiental, de concienciación y valoración del medio natural, lo que cuando menos es tan importante como los árboles que se plantan.

As Salgueiras es un entorno privilegiado, no es que precisamente le hagan falta árboles, pues cuenta con joyas como los acogedores carballos (incluido el de la roca hendida que ya hemos comentado), castaños magníficos, abedules con su belleza sugerente que dan una nota de color otoñal y el contraste de sus troncos durante todo el año, los laureles, siempreverdes, saúcos cuajados de flores blancas en primavera, que dan alimentos a los muchos pájaros que viven y transitan por allí o los sauces que dan nombre al lugar, con sus vástagos purpúreos avanzando el invierno. Ojalá que con el tiempo los sitios que tantas personas entusiastas vienen reforestando se conviertan también en oasis de naturaleza y refugio de vida.

22 de noviembre de 2010

Blade Runner: cuando la naturaleza brilla por su ausencia

Por Miguel Moreno

Los Ángeles, año 2019. El planeta tierra ha quedado oscurecido por la polución, sólo las luces de neón de la gigantesca y multicultural urbe permiten que sus habitantes se perciban. La tecnología ha suplantado a la naturaleza, incluso al ser humano. Una perpetua lluvia cae monótonamente sobre un mundo futuro en el que ya no se distingue el día de la noche, en el que no se sabe quién es humano o un producto de la biotecnología. El protagonista de esta película, Deckard, tiene como misión localizar a unos «replicantes» de aspecto humano potencialmente peligrosos.

Blade Runner se estrenó a principios de los 80 y con ella Ridley Scott logró uno de sus filmes más celebrados por el público y la crítica. En ella no aparece ni un solo árbol, ni una sola brizna de hierba; se puede decir que el director pretendió que lo natural brillara por su ausencia: todo es artificial, oscuro y triste, por mucho color eléctrico que ilumine la ciudad. ¿Hacia dónde se dirige el ser humano con su triunfante tecnología? Esa es la cuestión que arrojaba desde las pantallas el destartalado panorama urbano que nos mostraba Blade Runner.

Lo dicho: una película en la que la naturaleza brilla por su ausencia al ser sustituida por lo artificial, que ha creado un entorno deshumanizado que invita a la reflexión. Muy recomendable.

18 de noviembre de 2010

El Cazador (Dersu Uzala)

Por Noemi Basanta

Me gustaría que recordáramos una película que seguramente alguno de vosotros habéis visto.

Ambientada en la taiga Siberiana a principios del siglo XX. El llamado “progreso” está cerca, dispuesto a destruir un mundo en lógica armonía con la naturaleza. Los geólogos rusos tienen que levantar los planos de un territorio todavía desconocido y virgen.

La eterna dualidad entre “campo y ciudad” que está patente, ha sido motivo de debate y estudio continuo en la disciplina urbanística. Desde las ciudades medievales, cuyas murallas separaban el campo de la ciudad y por cuyas puertas entraba el comercio (germen de plazas públicas como la de Mº Pita); hasta los espacios verdes actuales (burbujas o corredores en el tejido urbano); pasando, por supuesto, por las ideas de la Ciudad Jardín o la liberación del suelo del movimiento moderno.

En el film un hombre aparentemente insignificante, que ejerce de guía, se convertirá en el ser imprescindible para la supervivencia de la expedición geológica de soldados rusos. Dersu Uzala sabe leer las claves de su entorno. El aprendizaje de la naturaleza que aporta, no sólo se basa en cazar y rastrear, sino también en una forma de ser basada en la humildad y el respeto hacia lo que nos rodea.

El desprecio que el “progreso” ha tenido hacia todo lo que es natural está representado aquí por los soldados que se ríen del guía, creyéndose superiores y más civilizados, hasta que realmente su supervivencia en la taiga depende totalmente de este hombrecillo, único conocedor del medio.

Lo que se destruye no es sólo lo material, sino también lo invisible. Los valores de Derzu sólo son comprendidos por el sensible geólogo, consciente también de que es culpable de la desaparición de ese mundo en extinción.

De todo ello nace la amistad entre los dos personajes principales, el guía y el geólogo. Dos personas muy diferentes pero que les une las ganas de aprender y tener una visión de respeto hacia las cosas pequeñas. El cazador es una película de gran ternura y pureza. Años después de la expedición, el geólogo vuelve a ver la tumba de su amigo que ya ha desaparecido debido a la explotación de las tierras.

La taiga está llena de personas, según Dersu, pero nosotros ya no las sabemos ver, ya que sólo vemos cosas.

17 de noviembre de 2010

El hombre de los pájaros

Por Manu Iglesias

Robert Stroud espera aislado en la prisión de Alcatraz el momento de ser ahorcado. Su destino en aquel peñón carcelario, que también alojó al mismísimo Al Capone, era más siniestro en contraste con lo que podía ver a través de su ventana. La cárcel está ubicada en una de las bahías más bellas del mundo, desde la que a diario zarpaban barcos hacia todas las latitudes del planeta. La reclusión de Stroud era más trágica cada vez que salía un barco de aquella bahía y contemplaba esa metáfora de la libertad.

Una de las películas que más me impactó en mi infancia fue El hombre de Alcatraz. Muy probablemente el film idealizó la vida del auténtico Robert Stroud, cuya singular estancia en la prisión de Alcatraz narra esta memorable película. Pero, aun con idealizaciones, el mensaje del film sigue siendo igualmente válido y lleno de significado hoy.

En su encierro, el aislamiento de Stroud era total. Las medidas penitenciarias impedían a los reclusos hablar entre ellos y cualquier forma de contacto. La incomunicación de Stroud fue casi absoluta durante años. Estas medidas causaron tantos desequilibrios psicológicos entre la población reclusa que, con el tiempo, los severos responsables de la cárcel se vieron obligados a no adoptarlas.

La película tiene un ritmo lento y monótono que introduce al espectador en un ambiente carcelario en el que los días y los años transcurren uno detrás de otro sin el menor suceso relevante. Retrata un infierno en vida que tiene por último destino la ejecución. Cualquier persona que tenga un mínimo de sensibilidad se sorprende de la capacidad del ser humano para soportar situaciones tan límites.

En una atmósfera tan opresiva, Stroud acogió un día a una cría de gorrión. Contra todo pronóstico, no se le puso ninguna objeción y, con el tiempo, se le permitió criar pájaros. Lo hizo con tanto entusiasmo que terminó siendo un erudito en la materia. Un nuevo juicio le libró de la horca, escribió una autobiografía de gran éxito y después un libro sobre cría de pájaros que todavía es apreciado por los aficionados.

Los pájaros de Stroud fueron el factor terapéutico que le permitió mantener el equilibrio psicológico. Si una prisión tiene por objeto rehabilitar a los presos, se me antoja que los pajarillos hicieron más en ese sentido por Stroud que los muros de aquel siniestro lugar.

Me pregunto cuantas personas sobrellevan una situación de alguna manera semejante a la de Stroud. Viven libres en apariencia, pero su vida transcurre monótonamente del trabajo a casa y de casa al trabajo, sometidas a una férrea rutina que las anula e insensibiliza. A muchas personas cuidar un canario les ayuda soportar su dura realidad y conectar con la vida. Los sucesos más sencillos de la vida animal se convierten en un espectáculo y, para quienes no pueden disfrutar de la risa de un hijo o el cariño de una familia, un pequeño animalito suple esa necesidad humana que se encuentra en lo más profundo de nuestro ser. Igual que una simple gallina puede evitar que un caballo se vuelva loco en la cuadra, los humanos precisamos de ese contacto con la vida para mantener nuestro equilibrio.

15 de noviembre de 2010

Procesos de automatización


Por Miguel Moreno

De pequeño me metí en una pocilga y mi madre se pasó una semana despiojándome. Vi un par de casas de baja altura y salté la cerca para echar un vistazo. No tenía ni idea de quien las habitaba, ni de que allí había tanta mugre. Cuando, por el escándalo que armaban, sospeché que mi presencia no agradaba a los cerdos, volví a escalar la cerca y me largué de allí. Nada le hubiera comentado a mi madre sobre el particular, pero mi aroma me obligó a dar explicaciones sobre los ambientes que últimamente frecuentaba.
Ahora leo con pasmo cómo se optimiza la cría de cerdos en nuestra era digital. Cientos de ellos se amontonan en un gran cobertizo de una granja industrial. Separados en varios compartimentos, una máquina controlada por un ordenador central les sirve la comida. Los cerdos se apiñan gruñendo ante esa máquina antes de comer. Algunos están aislados y reciben una dieta individualizada. Supongo que a esos no los convertirán después en hamburguesas, porque las máquinas registran su peso y llevan un control muy estricto de su dieta. Los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren supervisados por máquinas. Seguro que están sujetos a rigurosos controles de higiene y calidad.
Lo que me pregunto es hasta qué punto esos cerdos son realmente cerdos. Separados de la naturaleza, en una macro-pocilga controlada por ordenadores, es como si perdieran su identidad. Son sólo una tuerca de nuestra descomunal maquinaria de producción de recursos alimentarios.
La automatización a la que se somete a los animales forma parte de un fenómeno mucho más amplio. También nosotros nos hemos automatizado. Suena el teléfono, descuelgas y te ofrecen cambiar de operador de Internet, teléfono, etc. Tratas de hacer entender a la persona que pregunta por ti que no te interesa, que ya has perdido la cuenta de las veces que te han llamado y has rogado que dejen de hacerlo… Es inútil: aunque sea un ser humano el que emite las locuciones que escuchas, en realidad, quien se dirige a ti es un sistema, un programa. Digas lo que digas, ese ser humano se ha insertado en la maquinaria de venta/atención telefónica y está adiestrado para hacer que digas sí, le da igual cualquier otra consideración. Como las granjas industriales, este sistema de venta debe funcionar. Si no, no me explico cómo seguimos recibiendo llamadas una y otra vez.

12 de noviembre de 2010

Adamastor

Por Manu Iglesias


Adamastor, el gigante mitológico enamorado de Tetis, quiso conquistarla. Al no poseer un rostro agraciado, recurrió a su fuerza ciclópea:

Viéndola emerger de las aguas se quiebra todo mi ser. De tal modo soy esclavo de sus hechizos, que no veo en el mundo algo más querido. Conociendo lo imposible de lograr su afecto por la fealdad de mi rostro, quise romper su indiferencia con mi ingente fuerza. Di batalla con firmeza a Poseidón, lanceé y vencí. Y mi derrotado enemigo agonizó dando un bramido hondo e infernal. Lo enterré en las profundidades abisales amortajado con lirios de espuma blanca, mientras era llorado por las ninfas hermanas de Tetis.

Mi amada Tetis dijo con temor: ¿Qué amor de ninfa bastará para satisfacer el deseo de un gigante? Y sometida se entregó a mí. Al principio, admiré su belleza sin atreverme a tocarla. Luego, la besé con ternura. Pero ciego por la pasión, no advertí que la ninfa se había transformado en piedra. Mi ceguera no me dejó ver que su divina cara y su hermosa cabellera no eran más que tierra, grava y brezal. Con mis brazos ahogue el aliento de Tetis. Al luchar por ella, derrame la savia que alimentaba su hermosa figura. Procurando su amor la mutilé, la arranqué lo que ella más quería.

Mi corazón afligido se partió en pedazos, en rocas de basalto rodeadas de colosales olas. Sometí a los océanos para ponerlos a sus pies. Mi soberbia me hizo creer que la fuerza podía vencer al amor. Mi arrogancia me impidió contemplar su verdadera belleza, su armoniosa entereza, conformada por lo que era y por lo que amaba.

Inmóvil con mi cuerpo de roca, ya no puedo llorar. Y aguardo el inexorable embate de aquel que, aun vencido por mí, me envía ahora sus huestes: las olas que poco a poco corroen mi alma y erosionan mi cuerpo petrificado, haciéndolo arena. Enjuto y seco, su bello cuerpo se transformó en atalaya de piedra. Mi amada ninfa, tu hermosura no pudo vencer el dolor de perder lo que amabas, como a mí, ahora que mi corazón, herido por el sufrimiento de tu pérdida, se ha hecho de pedernal.

10 de noviembre de 2010

Mal tiempo

Por Paula Leyenda

Estos días estamos teniendo mal tiempo por aquí. Mal tiempo en Galicia es igual a temporal: lluvia, fuerte viento, mar embravecido… a la mayoría de la gente no le gusta ni el viento ni la lluvia, porque nos molesta y condiciona a quedarnos en casa y aplazar ciertas actividades, altera nuestra agenda vital sobrecargada y apresurada. El mal tiempo tiene mala prensa, el propio adjetivo que acompaña la expresión ya lo dice todo, ya nos inclina a odiar los días grises y lluviosos.

Al igual que no nos gusta el mal tiempo, tampoco nos gustan los “caprichos” de la naturaleza, no los aceptamos. El mar debe estar domesticado, rodeado de bonitos paseos marítimos con sus balaustradas, donde antes solo había dunas de arena (mil y un ejemplos de ello tenemos en Galicia); excavamos aparcamientos por debajo del nivel del mar, rellenamos zonas costeras para construir centros comerciales en nombre del progreso y la comodidad… en definitiva, invadimos el espacio legítimo del mar. Y luego llega el mal tiempo, llega el temporal de turno y se lleva el paseo marítimo por delante, inunda carreteras, aparcamientos subterráneos y bajos comerciales, poniéndolo todo patas arriba.

Sinceramente, no puedo evitar una ligera sonrisa cuando esto ocurre, sé que es algo cínico, incluso cruel, porque siempre puede ocurrir alguna desgracia, pero me reconforta esta suerte de justicia poética que la naturaleza se toma por su mano.

Pienso que lo verdaderamente interesante, lo que deberíamos tener en cuenta y extraer como conclusión es que la fuerza de la naturaleza es tan inmensa que cuando se rebela nos muestra lo pequeños y débiles que somos frente a su poder, lo absolutamente baldío de nuestros esfuerzos en ponerle puertas al campo. Pero nosotros, orgullosos y engreídos, en vez de aceptar una convivencia pacífica respetando los límites que claramente nos marca la naturaleza, decidimos envalentonarnos estúpidamente y desafiarla. Y luego pasa lo que pasa, año tras año el mar engulle otra vez el paseo marítimo demandando lo suyo, su territorio, enseñándonos otra vez la misma lección. Ja ja ja, ahí os quedáis.

Nunca aprendemos.

8 de noviembre de 2010

La concepción del entorno


Por Francisco Figueroa

Ya nos advertía Cela de la redundancia del término “medio ambiente”, que repite dos veces lo mismo. La cuestión no es baladí, el lenguaje nos condiciona sutilmente y por su filtro pasa nuestra lectura del mundo; creo que precisamente entre las causas de la situación a que hemos llegado una a considerar es esa comprensión alienada del mundo y de la naturaleza que hemos ido forjando en Occidente. La terminología que empleamos forma parte de esa trampa que nos pone el lenguaje entre nosotros y lo que pretendemos entender y transmitir. Términos como "ambiente", “medio natural”, “entorno”, "environnement", “environment”, "Umwelt" (el mundo alrededor, literalmente en alemán), ya nos enajenan de eso de lo que hablamos, nos sitúan en ello o ante ello como espectadores, no como partícipes y agentes inmersos e inseparables de esa realidad que contemplamos y describimos; a lo sumo nos vemos como usuarios y dueños en una concepción antropocéntrica según la que nuestra especie se supone el clímax, por emplear un término de la ecología, y a cuyo servicio está todo lo existente.

Todo lo que se elabora a partir de esos conceptos, las estructuras culturales desde las que contemplamos el mundo y desde las que actuamos en él, viene pues condicionado por esa mirada. No es de extrañar que en términos economicistas se contemplen los recursos naturales como bienes a disposición, apropiables, incluso dilapidables: no se les concibe como parte integrante de nuestro ser, que deberíamos entender como entidad de límites difusos que somos; ni en el fondo pensamos que seamos partícipes con ellos de una dinámica de la vida. Llevándolo al límite, filosóficamente serían como “circunstancias”, algo que se encuentra en derredor o en proximidad, diferenciado de nosotros como sujetos y que nos afecta de alguna manera tan sólo secundaria. Interpretando la concepción orteguiana del yo, incluso con claves del propio pensamiento occidental podemos darnos cuenta de la aporía que supone tal visión.

Pero ese desapego forzado hacia la naturaleza, ese “anti-pathos”, si se me permite un juego con el lenguaje, es algo contra natura. Basta con mirar en nuestro interior para percibir la empatía y afección por lo que nos rodea y que en definitiva es parte intrínseca de nosotros mismos, de nuestro mundo físico y mental, si lo dejamos de lado y vivimos y actuamos como si no fuera así nos estamos ocasionando un daño al tiempo que se lo hacemos al mundo, es decir, nos causamos patologías, y la muestra más palpable es el poder terapéutico de recuperar el contacto con la naturaleza y con los seres vivos.

En el contexto teórico es relevante la reformulación de la realidad con conceptos de acuñación reciente que vienen a denominar y describir algo que en el fondo sabíamos pero que no concretábamos terminológicamente. También la toma de conciencia por medio de la educación ambiental y una interpretación no condicionante sino estimuladora de la propia búsqueda y descubrimiento tienen un papel a desarrollar si queremos cambiar el curso de los acontecimientos. Es algo en lo que viene insistiendo los expertos en estas disciplinas. La compresión, incluso simplemente el disfrute del retorno a la naturaleza son pasos en la búsqueda de soluciones.

5 de noviembre de 2010

No te preguntes qué puedes hacer por la naturaleza…

Por Miguel Moreno

…Pregúntate qué puede hacer la naturaleza por ti. Disculpen que deforme la célebre retórica de John F. Kennedy, pero además de preguntarnos qué podemos hacer por nuestro país, vendría muy bien hoy preguntarnos qué puede hacer la naturaleza por nosotros. Hemos oído ya muchas cosas que podemos hacer por el medio ambiente, y vivimos inmersos en una eco-fashion en la que no falta cierta hipocresía. Tal vez hiciéramos algo más si empezáramos a interesarnos por lo que puede hacer la naturaleza por nosotros. La reducción de la naturaleza a un mero ornamento, a póster, a destino turístico, o a una frágil anciana asistida por políticos e instituciones con sensibilidad ecológica, está confundiéndonos. La naturaleza deviene en artificio, en salvapantallas de ordenador, en un elemento retórico de políticos, famosos y cumbres mundiales. Por eso hacemos muy poco por la naturaleza. Tal vez la cosa cambiaría si supiéramos qué puede hacer la naturaleza por nuestro equilibrio emocional y social: «Ask not what you can do for the planetary ecosystem; ask what nature can do for you.»

3 de noviembre de 2010

Mal acompañados, no; pero tampoco solos

Por Manu Iglesias

El otro día contemplé la siguiente escena en As Salgueiras. Había un caballo pastando en una extensa pradera. Entre todo el terreno que hay en la finca, uno de nuestros perros tuvo que elegir el mismo sitio en el que placidamente pastaba el caballo y allí se presentó. Al caballo no le hacía ninguna gracia la proximidad del perro. Seguía pastando, pero no tan tranquilo como antes. Se movía más y estaba como en estado de alerta, atento a los movimientos del perro que merodeaba a su alrededor. Algo del código genético del caballo debía advertirle que el perro, aunque pequeño, era un depredador. Los movimientos del caballo expresaban incomodidad, cierto fastidio. Con su lenguaje corporal parecía decirle al perro: “Tienes todo este inmenso campo y vienes precisamente aquí a darme la lata”. El caballo se cansó de la situación y se marchó desapareciendo detrás de un pequeño soto de castaños. Pero pasados unos minutos, el caballo volvió sobre sus pasos al mismo lugar, en el que ahora el perro se entretenía buscando topos.

El caballo disponía de una enorme extensión de campo para pastar, pero prefirió regresar al sitio del que poco antes se había marchado por la inopinada visita del perro. Así pues, un diminuto rincón de un prado de considerables dimensiones estaba ocupado por dos especies animales distintas, cada una dedicada a su actividad. Una pastaba y la otra perseguía animalillos. Si le incomodaba la presencia del perro, como claramente expresaron sus movimientos, ¿por qué regresó el caballo? No le costaba nada haberse quedado en cualquier otro lugar distante de la molesta presencia del perro. Creo que el caballo prefirió la incómoda compañía del perro antes que la soledad. Muchos criadores recomiendan que, si el caballo se cría solo, se le meta en la cuadra junto con una oveja o una gallina. Con la compañía de otro animal, aunque no sea de su especie, se evitan vicios de la cuadra, como el síndrome del oso enjaulado y otras patologías que pueden ser muy graves.

Al parecer, la unión de individuos de distinta especie llega a ser tan intensa que si los separan o muere uno de ellos dejan de comer y adoptan una actitud indolente. Algunos meten la cabeza en una esquina de la cuadra y se quedan en esa posición todo el tiempo. No hace mucho se leía en la prensa la historia de una burra y un perro que habían sido arrojados al río Miño y posteriormente rescatados. Se suponía que habían sido criados juntos porque se alegraban al reencontrarse y se desesperaban cuando los pretendían separar. Los animales, entre sí y con la especie humana, llegan a establecer relaciones afectivas inexplicables sin la noción de biofilia. Además de tantos casos que todos conocemos, la mitología y los relatos de ficción ya nos dan noticia de estas relaciones: Rómulo y Remo alimentados por una loba, Tarzán criado por los monos, etc. Incluso la incesante búsqueda humana de formas de vida extraterrestre, aunque fuera hostil, puede ser otra manifestación de biofilia. Al igual que ocurría con el caballo y el perro, pese a que nos inquiete descubrir otras formas de vida, preferimos dar con ellas aunque sólo sea para saber que no estamos solos en el universo.

2 de noviembre de 2010

Cibercampaña 2010 contra la pornografía infantil

Buenos días


Solo quiero dejar un pequeño apunte sobre una campaña acerca de una causa importante y digna de difusión: la III CIBERCAMPAÑA 2010 CONTRA LA PORNOGRAFÍA INFANTIL

Una iniciativa a la que ojalá no tuvieramos que volver a sumarnos.... mientras siga siendo necesaria, apoyémosla y difundámosla.