Al igual que no nos gusta el mal tiempo, tampoco nos gustan los “caprichos” de la naturaleza, no los aceptamos. El mar debe estar domesticado, rodeado de bonitos paseos marítimos con sus balaustradas, donde antes solo había dunas de arena (mil y un ejemplos de ello tenemos en Galicia); excavamos aparcamientos por debajo del nivel del mar, rellenamos zonas costeras para construir centros comerciales en nombre del progreso y la comodidad… en definitiva, invadimos el espacio legítimo del mar. Y luego llega el mal tiempo, llega el temporal de turno y se lleva el paseo marítimo por delante, inunda carreteras, aparcamientos subterráneos y bajos comerciales, poniéndolo todo patas arriba.
Sinceramente, no puedo evitar una ligera sonrisa cuando esto ocurre, sé que es algo cínico, incluso cruel, porque siempre puede ocurrir alguna desgracia, pero me reconforta esta suerte de justicia poética que la naturaleza se toma por su mano.
Pienso que lo verdaderamente interesante, lo que deberíamos tener en cuenta y extraer como conclusión es que la fuerza de la naturaleza es tan inmensa que cuando se rebela nos muestra lo pequeños y débiles que somos frente a su poder, lo absolutamente baldío de nuestros esfuerzos en ponerle puertas al campo. Pero nosotros, orgullosos y engreídos, en vez de aceptar una convivencia pacífica respetando los límites que claramente nos marca la naturaleza, decidimos envalentonarnos estúpidamente y desafiarla. Y luego pasa lo que pasa, año tras año el mar engulle otra vez el paseo marítimo demandando lo suyo, su territorio, enseñándonos otra vez la misma lección. Ja ja ja, ahí os quedáis.
Nunca aprendemos.
Yo espero que sí aprendamos algún día. Más nos vale. Hace siglos, la naturaleza era considerada una instancia moral, de ahí la expresión contra natura. Hoy día creemos que podemos hacer con la naturaleza lo que nos dé la gana. Más dura será la caída.
ResponderEliminarDios perdona siempre; el hombre, a veces; la Naturaleza no perdona nunca.
ResponderEliminarLeyendo la entrada me dan ganas de invocar a Poseidón para nos valga ante esa acumulación de farolas rojas, esmaltes incluidos, en el paseo marítimo...
ResponderEliminarlo de las farolas es una excelente idea, haber si la príxima vez hay suerte.
ResponderEliminarla entrada me recuerda a aquella sarcástica de:
los deféctos de la naturaleza.
pues eso, que la madre tierra (que debía llamarse océano y no tierra), nos pone en nuestro sitio y los registros históricos nos dicen que las olas han aumentado los últimos cincuenta años, que cada vez son mas altas y potentes.
nosotros mientras tanto seguiremos erre que erre metiendo arena, (quise decír residuos de caolín) (quise decir billetes)
Supoño que –como moi ben dí a autora- a natureza tenta recuperar os seus dominios . Cecais algún día estivemos tan tolos que pensamos que poderíamos sometela o noso antoxo. Moitas obras dos homes semellanse a tirar pedras o ceo por riba das nosas cabezas, xogando a que non nos partan a crísma o caer de volta o chan.
ResponderEliminarÉ certo que se podería haber outras solucións a mal chamada rexeneración de praias. Curiosamente servíu de disculpa a tragedia do “Mar Exeo”, cos cartos que haberían de servír para paliar a catástrofe medioambiental se fixeron duas mais.
A primeira: a captación de area da ría de Ares desfacento os fondos cos chupóns daf graveiras. Cando se cansaron de estragar os fondos das rías, aproveitaron para desfacerse dos residuos do caolín. Unhos organismos enterrados e outros pasados polo "túrmix" das bombas das gabarras co pretesto e os cartos da defensa do medioambiente. Aquello foi o comenzo dun proceso que agora se repite todolos anos sin que os recheos de area e as dunas artificiais sexan quen de paralo.
Seixo, eso me hace hacer sacar de la memoria familiar la "chupona", la gabarra que hace décadas succionaba arena finísima de conchas y granito del fondo y costa de la ensenada de Chanteiro, día tras día, año tras año, para el hormigón del recrecido de muelles de Ferrol... duele el alma de sólo pensarlo cada vez que cojo la lancha de un lado a otro de la ría.
ResponderEliminarAhora, como Sísifo, echamos arena (mayormente de canteras, otras heridas en el paisaje) en muchas playas para compensar lo que se lleva el mar, toda una alegoría de nuestra "civilización". El mar quita esa arena, recupera lo que es suyo, llevándose por delante espigones de puertos exteriores, paseos marítimos y lo que haga falta y con la pronosticada subida de su nivel las inundaciones y catástrofes parece que serán frecuentes.
Aún peor en otras partes del litoral: en Andalucía y Levante, comenzando por la zona de La Antilla y El Rompido se han alterado profundamente la dinámica de la costa, se han cargado o se están cargando barras litorales, sistemas dunares, ensenadas, playas prístinas..., como La Manga, Santa Pola, Torrevieja... Al menos en Galicia todavía quedan sitios como Doniños, Louro, Carnota... o las islas atlánticas.
A mí siempre me ha gustado el mar embravecido, sentir ocasionalmente el viento en el mar y en la montaña, la niebla espesa, el salseiro, la lluvia, la nieve y la ventisca en las cumbres. Son interrupciones del “buen tiempo” que se agradecen y hacen disfrutar más cuando éste regresa. Aunque un maretón con olas de 10 m prefiero verlo desde lugar seguro. No deja de ser una apreciación un tanto romántica, reconozco.
ResponderEliminarLos fenómenos naturales suelen causarnos bastantes contratiempos, en las sociedades tecnificadas mayormente alteran nuestra comodidad y ocasionan destrozos de infraestructuras que en breve se reparan, mientras que en otros lugares las cosas son mucho más serias y las catástrofes de una escala que escapa a nuestra comprensión. Lo triste son las pérdidas humanas que se producen cunado la naturaleza nos muestra que tiene su propio curso.
El monje frente al mar http://cv.uoc.edu/~04_999_01_u07/percepcions/monjo.gif de Caspar David Friedrich pintada hace justo dos siglos, es una de las pinturas que se han convertido en paradigmáticas y un ejemplo de lo sublime en el paisaje. En este contexto nos recuerda lo insignificantes que somos frente al mar y frente al mundo.
Veo, Fran, que operas con la distinción kantiana entre lo bello (el mar azul y soleado) y lo sublime (el mar embravecido). No sé si sabías que esa distinción estética la tomó Kant del conservador Edmund Burke, que publicó en 1757 su A Philosophical Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful.
ResponderEliminarPor supuesto que conozco la concepción de lo sublime de Burke de la atracción, seducción e incluso éxtasis que nos provoca la contemplación estética (a cierta distancia, digamos a salvo) del peligro, lo amenazador, y la revisión kantiana, ya me toco seguir de estudiante varios seminarios con una catedrática heideggeriana en Alemania, entre ellos sobre la "Crítica de la capacidad de juicio"...
ResponderEliminarhttp://books.google.es/books?id=UjQVAAAAQAAJ&printsec=frontcover#v=onepage&q&f=false
Burke es una referencia imprescindible a la hora de comprender la génesis y evolución de lo que significa estéticamente el paisaje en Occidente, si bien politicamente bastante conservador como mencionas, pluma afilada que acabó en gresca con sus propios correligionarios.