Dice un proverbio africano que para educar a un niño hace falta una tribu.
La educación es una tarea que requiere a muchas personas, desde los padres, la familia, los profesores, etc. Por eso es necesario un grupo social donde el niño se integre: una tribu entera.
Por la especialización, hoy día hemos segmentado la educación hasta el punto de que ya no es una tarea colectiva en la que todos nos implicamos. La hemos fragmentado tanto que no pocas veces generamos en el niño roles contradictorios: competitividad, solidaridad, igualdad, diferencia, esfuerzo, autorrealización, etc. El niño no sabe como vivir esas dimensiones de forma armónica. Y nosotros tampoco, porque ya no hay tribu, ahora hay una multitud de agentes especializados que no se comunican y nos enseñan las cosas de modo fragmentario.
La participación de los padres ha disminuido por culpa de la escasez de tiempo y de la TV. Los abuelos ya no comparten el hogar. La escuela está masificada y el tutor está ocupado en multitud de tareas administrativas. El patio escolar está ocupado por niños “en serie”, es un espacio controlado y aislado de la sociedad. La tendencia es compartimentar: los mayores en un sitio dedicados a sus partidas de cartas, los niños en el parque infantil controlados por un adulto, los jóvenes con el 'botellón'. Hemos acabado con los espacios de libertad para relacionarnos y socializarnos teniendo como única alternativa otros espacios virtuales donde idealizamos a las personas e impera el mito de la media naranja, que implica una idealización excesiva cuando no asumir identidades ficticias.
Cuando las calles no estaban atestadas de coches y el urbanismo no había llegado a colonizar todos los espacios abiertos, había ámbitos no controlados, e incluso aparentemente abandonados, donde niños, jóvenes y mayores convivían desarrollando cada uno su rol dentro de la tribu. A veces, los niños teníamos que hacer los recados de los señores mayores y, por supuesto, respetarlos. Las madres atendían a todos alternando su responsabilidad con otras madres.
Hoy hemos convertido la educación en un trabajo en cadena donde cada uno aprieta un tornillo sin saber del resultado final. Con ello también hemos convertido la educación y el sujeto de ella en un producto o servicio más. El colegio y multitud de actividades extraescolares nunca suplirán el papel de la familia y esa tribu más amplia que son los vecinos, la gente del barrio, los mayores… No digo que haya que regresar a formas de vida tribales, pero sí que debemos replantearnos seriamente el papel de la comunidad y el espacio público en la educación.
La educación es una tarea que requiere a muchas personas, desde los padres, la familia, los profesores, etc. Por eso es necesario un grupo social donde el niño se integre: una tribu entera.
Por la especialización, hoy día hemos segmentado la educación hasta el punto de que ya no es una tarea colectiva en la que todos nos implicamos. La hemos fragmentado tanto que no pocas veces generamos en el niño roles contradictorios: competitividad, solidaridad, igualdad, diferencia, esfuerzo, autorrealización, etc. El niño no sabe como vivir esas dimensiones de forma armónica. Y nosotros tampoco, porque ya no hay tribu, ahora hay una multitud de agentes especializados que no se comunican y nos enseñan las cosas de modo fragmentario.
La participación de los padres ha disminuido por culpa de la escasez de tiempo y de la TV. Los abuelos ya no comparten el hogar. La escuela está masificada y el tutor está ocupado en multitud de tareas administrativas. El patio escolar está ocupado por niños “en serie”, es un espacio controlado y aislado de la sociedad. La tendencia es compartimentar: los mayores en un sitio dedicados a sus partidas de cartas, los niños en el parque infantil controlados por un adulto, los jóvenes con el 'botellón'. Hemos acabado con los espacios de libertad para relacionarnos y socializarnos teniendo como única alternativa otros espacios virtuales donde idealizamos a las personas e impera el mito de la media naranja, que implica una idealización excesiva cuando no asumir identidades ficticias.
Cuando las calles no estaban atestadas de coches y el urbanismo no había llegado a colonizar todos los espacios abiertos, había ámbitos no controlados, e incluso aparentemente abandonados, donde niños, jóvenes y mayores convivían desarrollando cada uno su rol dentro de la tribu. A veces, los niños teníamos que hacer los recados de los señores mayores y, por supuesto, respetarlos. Las madres atendían a todos alternando su responsabilidad con otras madres.
Hoy hemos convertido la educación en un trabajo en cadena donde cada uno aprieta un tornillo sin saber del resultado final. Con ello también hemos convertido la educación y el sujeto de ella en un producto o servicio más. El colegio y multitud de actividades extraescolares nunca suplirán el papel de la familia y esa tribu más amplia que son los vecinos, la gente del barrio, los mayores… No digo que haya que regresar a formas de vida tribales, pero sí que debemos replantearnos seriamente el papel de la comunidad y el espacio público en la educación.
Interesante reflexión. Hoy se habla de "comunidad educativa", pero muy débilmente se implican en ella personas que no sean funcionarios/as. La tal "comunidad educativa" no deja de ser una parte más de nuestro Estado asistencial y en España su fracaso está siendo estrepitoso desde hace años. Se incide mucho en la socialización pero de hecho la "comunidad educativa" es poco motivadora y parece más destinada a controlar la ociosidad de los niños que a capacitarles humanamente para ser algo en la vida.
ResponderEliminarSegún lo entiendo yo, el problema no está tanto en la "comunidad educativa" —que también— como en que nuestra sociedad ha perdido su dimensión comunitaria. La misma partida de cartas en la tercera edad está quedando obsoleta con la televisión y con los asilos, que no dejan de ser guarderías para los mayores.
ResponderEliminarSiguiendo el simil del tornillo, además según el plan educativo del gobierno que toque de turno , se ponen y quitan tornillos no se sabe muy bien con qué criterio y menos el resultado futuro. Pero ya estamos constatando que LOGSEs, LODEs, LOPEGs, LOCEs... y buenas palabras e intenciones, intinerarios, currículos, y demás, al cabo están teniendo como resultado un ínfimo nivel de conocimientos, y lo que es peor, una carencia de formación en valores. Con ello, se cierra el cículo viciosos, una sociedad con carencia de valores y de horizontes forma a sus ciudadanos de manera deficiente en apsectos fundamentales. Las familias no podemos mirar a otro lado y abandonar a nuestros hijos en el medio de ese maelstrom, esa enseñanda en valores y en solcialización hemos de trasmitirla desde las familias y buscando plataformas y recursos de socialización, algo difícil en la sociedad en que vivimos, y con la carencia de tiempo inherente al panorama social y laboral (de quienes tienen trabajo): para muchas familias en las ciudades (y sus cada vez mayores áreas de influencia)la mayor aparencia de socialización que tienen es ir a comprar el sábado a los grandes centros comerciales y de consumo. Tal vez el mundo rural, o parte de él, guarde aún la posibilidad de socialización en grupos más cohexionados y la familia tenga más tiempo.
ResponderEliminarTambién es decepcionante que, salvo honrosísimas excepciones, sea difícil apostar por llevar a los hijos a la enseñandza pública (que todos pagamos) si se quiere una enseñanda de una mínima calidad y no masificada.