22 de enero de 2016

EL MIEDO A LA REALIDAD DE LOS HIKIKOMORIS

Un excelente trabajo de la periodista Marta Caballero nos recordaba estos días el incremento de casos de "hikikomoris" que se están registrando en nuestro país. Esta patología psicológica se caracteriza por la negativa de los pacientes a salir de su cuarto. Se elimina el contacto físico con el mundo exterior y el tiempo se consume en relaciones virtuales a través de las redes sociales, partidas de juegos online o visionado de series y películas en la televisión. Este tipo de comportamiento se detectó por primera vez en Japón, país del que recibe su nombre, y se consideraba como un ejemplo extremo de los riesgos de vivir en una sociedad hipertecnificada en la que la realidad se acaba percibiendo como hostil o cargada de peligros frente al mundo ideal de las tecnologías.


Lo cierto es que el fenómeno resulta más complejo de lo que inicialmente se suponía. En algunos casos, los hikikomoris presentan rasgos semejantes a los del síndrome de Diógenes, acumulando restos y suciedad en sus habitaciones. En otros, el encierro extremo puede ocultar casos de acoso escolar o depresión derivada por la pérdida de un puesto de trabajo. La mayoría de los historiales registrados afectan a varones de entre 18 y 25 años, pero los expertos en trastornos mentales coinciden en señalar que el abanico se está ampliando y que existen muchos casos sin detectar o comportamientos que se sitúan en el umbral de lo patológico y, por ello, pasan inadvertidos.


Como hemos defendido en varias ocasiones en estas entradas, creemos que una parte fundamental de la educación debe orientarse para erradicar en los niños el miedo al fracaso. El fracaso no puede ser percibido como un valor absoluto. Si acertamos, intentamos cosas nuevas. Si nos equivocamos, lo intentamos de nuevo de otro modo. En cualquier caso, el aprendizaje no se detiene. Asimismo, parece fundamental concienciar a las autoridades públicas de la necesidad de apostar por un diseño inteligente de espacios públicos que fomente la convivencia, como factor esencial de socialización. Si los niños juegan, discuten, ganan, pierden, pactan, discuten, comparten y crecen juntos... habrá menos riesgo de que perciban las dificultades de la adolescencia como un muro de llamas insalvable que les lleva a encerrarse detrás de una pantalla en la soledad de su cuarto.


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