17 de octubre de 2010

El cuento del delfín

Por Serafín Ortigueira


La mayor de mis hijas me pide muchas veces que le cuente un cuento antes de dormirse. Me duele reconocer que cuando respondo con negativa, me excuso con un "duérmete ya que es muy tarde y mañana hay cole". Por no decirle "pequeña, no te lo cuento porque no me apetece, la vida de los adultos es muy dura y tú no lo entiendes…estoy cansando…" Puede no ser un ejemplo de padre modelo pero pretendo mejorar. A veces me resulta más fácil ponerle el móvil en las narices y gracias al Youtube que vea un vídeo infantil, que para eso está la tecnología. Sin embargo, no creo que la proximidad de una pantalla emitiendo fotones o sabe Dios qué sea bueno para la vista de nuestros pequeños…

Un día cometí la “imprudencia” (catalogarlo así quizás debería avergonzarme) de contarle un cuento inventado por mí. Fue el cuento más ridículo jamás contado pero tuvo un éxito arrollador, como diría una crónica cinematográfica sobre el estreno de un título en cartelera. Tuve que repetirlo cien veces.

Ayer, volviendo a casa de un curso que me tiene muy enganchado, estaba ansioso por sentarme a leer. Las palabras escritas sobre aquellas hojas no habían cobrado sentido hasta entonces. En el aula te dedicas a copiar desenfrenadamente sin captar a veces el sentido de lo que escribes. Entre un montón de nombres de síndromes, enfermedades y demás, pude leer con claridad algo que me sorprendió. Me emocionó por un momento, pero la emoción dio paso a una profunda reflexión. Entre aquellas hojas pude leer: ….”investigaciones recientes han demostrado que contar cuentos infantiles a adultos enfermos les produce beneficios en el tratamiento del dolor, insomnio, depresión y un largo etcétera. En el caso de algunas patologías como ciertos tipos de fobias, se obtuvieron resultados curativos”. Parece ser que sacar al niño que todos llevamos dentro es terapéutico. Mi conclusión ante aquellas palabras, lejos de focalizarla en mis pacientes, me hizo mirar hacia mi hija que se había dormido en el sofá esperando a que su papá volviese de un curso. ¿Quizás esperando a que le contase un cuento? Prometo escribir en breve el cuento que tanto le gusta a María. Trata de un delfín, unos pescadores malos y unos niños que lo salvan de las redes malvadas…



7 comentarios:

  1. yo siempre inventaba los cuentos. este método es más barato que comprar cuentos para leerlos a los niños, pero tiene el problema de que suelen pedirte que les repitas el mismo cuento otro día y hay que tener buena memoria, porque no admiten que se cambie ni una coma.

    Estamos ansiosos de leer ese cuento inventado que me suena a realidad. seguramente los niños de hoy, serán los que tengan que salvar al delfín protagonista del cuento.

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  2. Yo no sé inventarme cuentos, no me sale. Prefiero leerlos, pero es verdad que te acercan mucho a tus hijos ...y que da una pereza terrible contarlos al última hora del día, cuando ya no puedes con tu alma.

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  3. Inventarse un cuento es lo mejor. Aunque cueste más esfuerzo, un padre y una madre conocen mejor el mundo imaginario de sus hijos.

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  4. Bueno, yo no estoy tan seguro de que un cuento inventado sea mejor que un cuento clásico. Se supone que los clásicos recogen lo que es común a los hombres en todo tiempo y lugar. Un padre agotado puede que no esté en las mejores condiciones de entrar en el mundo imaginario de sus hijo. Si le lee un cuento clásico, seguro que acierta. Aunque estoy de acuerdo en que los padres conocen, o se supone que conocen, mejor que nadie las aspiraciones, deseos, miedos, etc. de sus hijos.

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  5. A mi hijo Andrés le cuento la historia de la "Trucha Pilucha", un pez que lucha contra la contaminación del río y que ayuda a los pequeños a recuperar la pelota cuando se cae al río, o que empuja desde el agua a los barcos de papel en su camino al mar. Le gusta la música que curiosamente me gusta a mí, pero es que el narrador también tiene que motivarse, jejejeje.
    A veces me los invento, otras veces me acuerdo de los que me contaba mi abuelo, otras tiro de Andersen. Nunca dejes de contarle cuentos a tu hija. Disfruta, los cuentos son cuentos, pero lo que fluye con ellos es tan grande como la vida misma.

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  6. Creo que te entiendo muy bien lo que cuentas., Serafín. Con mi hija mayor (ahora 6 años) me ocurrió hace tiempo que ya me daba pereza seguir contándole los clásicos (mi pareja lo hace mejor, así que se ha quedado ella con ese misión) y me puse a inventar uno, inspirado en un paseo con la niña por el castañar que tenemos en frente de casa de los abuelos, al otro lado de una pequeña ensenada. En resumen, trataba de una familia de ratones que guardaban las castañas en despensas que hacían en el terreno, luego se les olvidaba alguna que acababa brotando y así es como seguía creciendo el castañar; el argumento, improvisado sobre la marcha dio mucho de sí (comencé con las castañas y me fui metiendo “en un jardín”, como dicen los actores de teatro cuando olvidan el texto y van improvisando un nuevo hilo), y gustó tanto que ese y los siguientes verano hube de repetirlo en numerosas ocasiones, e ir a observar los brinzales de castaño recién germinados “de aquellas castañas olvidadas por los ratoncitos de monte”, y cada otoño asando castañas por el magosto, sigue haciéndonos ilusión... El sábado pasado con el abuelo y el pequeño (de 3 años) nos fuimos a coger castañas a un castañar cercano (sí, aquí, por El Escorial…), y el cuento de los ratones volvió a ejercer su magia. Hemos guardado las mejores para germinarlas y plantarlas el año que viene.

    También los golfiños, los delfines, que vienen en grupo a visitarnos en verano siguiendo parrochas y xouvas a la ensenada, y que a menudo he visto cruzando de buena mañana en la lancha de Ferrol a Mugardos, han proporcionado argumentos para esos cuentos improvisados. Y aquellos primeros caballitos Falabella de Manu, Zipi y Zape, han corrido por los prados de la imaginación, vivido muchas aventuras y dormido a mis hijos.

    Hace tiempo me puse a escribir algunos de los cuentos por sugerencia de mi esposa, que quería ilustrarlos; el proyecto se quedó en eso, quizá algún día lo retomemos, pero la invención ha seguido, y a la mayor al poco comencé a contarle historias de los lapones, tuareg, esquimales, el oso que invernaba en una cueva que ella conoce, el paraíso azul de los mapuches que se alimentan de piñones de araucaria… cuando hay un pequeño conflicto infantil, me saco un cuento de la manga (a veces cuesta) y el conflicto desaparece nada más comenzar el relato.
    Vengo observando que inventar y contar cuentos también ejerce en mí un efecto beneficioso, en alguna medida terapéutico, así que espero que el interés de todos en casa dure todo lo posible.

    Serafín, después de haberte visto con la terapia asistida con caballos, espero conocer algún día tu cuento maravilloso del delfín y los pescadores.
    También me ha gustado mucho lo de la "Trucha Pilucha", Mergulleiro

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  7. Pues estaré encantado de hacer una entrada con el cuento. Aunque no sé si procedería mucho, lo intentaremos. Lo importante es lo que cuentas Francisco, que los niños asocien el cuento a una actividad o una rutina que consideren agradable. Esto hace que se secreten en el cerebro las mismas sustancias del placer que cuando realizan la actividad físicamente. Es increíble cómo funciona este órgano tan pequeño pero tan importante. Un saludo a todos.
    Serafín

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