19 de octubre de 2010

Reflexiones de un bulldog

Por Manu Iglesias

Hola. Permita que me presente. Yo soy un perro, un bulldog. Pero no un bulldog cualquiera puesto que estoy escribiendo para usted y, como sabe, la escritura no se cuenta entre las habilidades de la especie canina. A esta anomalía mía hay que sumar el hecho de que no soy ningún perro concreto, como pudiera ser Milou, el perro de Tintín. Aunque Milou es un perro de ficción, al menos es un perro concreto: enano, peludo, nervioso y simpático. Yo soy un estándar de bulldog, un concepto. Me puede imaginar con grandes maxilares y una mandíbula inferior muy prominente que, al morder, hace presa con tozuda persistencia. Soy un perro imaginario que intento definir el ideal de mi raza. Asoman, o mejor dicho, asomaban dos caninos inferiores por encima de mis belfos. Un pliegue en mi moflete me da gran personalidad, y sirve para desviar la sangre de las presas de mi boca evitando así que me asfixie mientras muerdo. Tengo un morro muy achatado para hacer presa mejor.
Dicen que soy el único perro que no tiene hocico sino cara. Tal vez esto, a pesar de mi temible apariencia, me ha dado cierta popularidad. Se me ha representado muchas veces gruñendo amarrado con una gruesa cadena y exhibiendo un agresivo collar de tachuelas.
Tengo noticia de que algunos jóvenes, conocidos como skins o “cabezas rapadas”, se tatúan mi imagen en los brazos y formo parte de su iconografía. Al parecer, admiran mi fiereza y obstinación cuando hago presa. Sin embargo, con el paso de los años las nuevas modas me han obligado a cambiar. La función para la que fui artificialmente creado ya no es necesaria. Antes era más alto y atlético. Era más rústico y muy adaptado a la rudeza del campo y la vigilancia. Pero ahora mis dueños suelen vivir en pisos poco espaciosos, con vecinos que no toleran mis ladridos y temen encontrarse conmigo en el portal o las escaleras del edificio. Así que quienes preservaban la pureza de mi raza, mis criadores, decidieron buscarme otra funcionalidad, dada la alarmante falta de demanda de bulldogs. Poco a poco, modificaron mi aspecto y alteraron mi carácter. Me hicieron más bajo y manejable para hacerme más apto como perro de compañía. Ahora soy más gordito y pachorrento, como muchos de mis amos. Y mi cara, antes tan fiera, ahora es algo amable y bonachona. Como me han programado para aguantar largas horas de inactividad en un piso, he perdido facultades: corro el riesgo de morir de un sofocón a la mínima carrera. Y peor todavía: no puedo vivir ya en libertad. Si me soltaran en el campo a mi aire, puede que no sobreviviera ni un día en este mundo.
Hoy día los bulldogs hemos aprendido a ser cariñosos con los niños, a tener una expresión más humana. Por ser unos perros feos bastante “guapos” dicen que somos enternecedores. Aún alguna tribu urbana se sigue tatuando nuestra efigie pese a que ya no usamos collares de púas ni somos tan temibles. De hecho, el nuevo estándar de bulldog ya no admite nuestros otrora magníficos y sobresalientes colmillos con los que nos continúan representando en su piel algunos jóvenes de la especie humana. En los tiempos que corren esos colmillos serían calificados como un defecto del estándar ¿No es paradójico? Sé que hoy no suena bien decir esto, pero a veces no puedo evitar echar de menos mi fiereza de antaño.

7 comentarios:

  1. Vaya, un texto kafkiano en el mejor sentido de la palabra. Sí, antes éramos seres con más mordida. Ahora nos hemos recluido en las comodidades de la vida urbana y somos ositos de peluche, aferrados a nuestros derechos y escaqueándonos de nuestros deberes. Yo también añoro el arrojo de las generaciones anteriores a la nuestra. Ahora sólo vemos la tele, el ordenador y echamos la culpa a los políticos de todo lo malo que ocurre.

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  2. Estos bulldogs descafeinados tienen su encanto, reconozco. A mí de tener perro me gustaría más un Husky del este de Siberia, o uno de los cruces que vi en el norte de Kamchatka (ya pensé en traerme un cachorro, demasiado complicado entonces), incluso hace tiempo estuve considerando un podenco ibicenco. Probablemente sea una visión romántica por mi parte, parece que esos perros muy de raza y de cierta vocación aún salvaje resultan más intratables; tal vez me gusten por su independencia y lo que en realidad me conviene es un gato. También me gustan los mastienes, pero necesitarían más espcio del que dispongo.
    Si pienso en lo que les gustaría a mis hijos, un dálmata, o un terrier de Yorkshire. En breve, cuando comencemos a leer Tintín, seguro que se enamoran de Milou, otra opción.

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  3. A mi juicio el descafeinamiento del bulldog es paralelo al aburguesamiento y desmotivación de la especie humana en nuestro Occidente opulento. El post me parece una metáfora muy bien traída del progresivo distanciamiento de cada individuo de sí mismo. No es que nos estemos domesticando —el antiguo bulldog ya era un perro doméstico—, sino que nos estamos convirtiendo en seres sin iniciativa, sin otro horizonte que la comodidad, el consumo y las pasarelas de belleza. El bulldog actual es un animal muy orientado a las competiciones caninas ¡de belleza! En pleno siglo de la liberación de la mujer nunca su imagen ha sido tan mercantilizada y empleada como reclamo publicitario. Ni siquiera es ya el cine a lo que aspiran las adolescentes, sino la pasarela de moda. Alguno dirá que es criptofascista añorar la fiereza, pero creo que es necesario hacerlo visto nuestro adocenamiento como sociedad.

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  4. En el fondo, lo que ocurre con la evolución de los standards de razas caninas, vacunas o equinas, observado en un corto espacio de tiempo, es monstruoso. La hembra de un buldog no puede parir sola- Siempre precisa cesárea El macho se sofoca tanto durante la cubrición que son muy frecuentes los infartos. Otro tanto ocurre con nuestra maravillosa vaca “marela”. No hace mucho, era una vaca rústica que solo producía leche para la familia que la cuidaba, nunca para vender, pero a cambio era una excelente –y sigue siendo- productora de carne, trabajaba todos los días arrastrando un carro, tirando de un arado o una grade. Además estaba adaptada a su entorno y nunca enfermaba. Pero poco a poco se fueron seleccionando engendros que parecen paquetes de carne. Se llegaron a parecer a culturistas deformados y –como le ocurre la buldog- no puede ya vivir libre en el campo, porque no puede parir sola.
    A los seres humanos como le ocurre a los animales domesticados, nos ha cambiado incluso la fisonomía. No somos las mismas personas a pesar de que si a un bebe contemporáneo una maquina del tiempo lo trasladara a la edad de piedra, tendría las mismas posibilidades de sobrevivir que un bebé de aquella época. Otro tanto le ocurriría a un hombre de aquellos tiempos, pues tendría todos los recursos para ser piloto de avión, catedrático o premio Nobel si fuera educado para ello. Sin embargo un hombre moderno, no sobreviviría en aquellos tiempos, tal como nos ocurriría se nos obligaran a vivir como un Yanomami, un mapuche o un bosquimano.
    Esto empieza en el parque infantil, en el colegio, en la familia y por eso, el exceso de protección se vuelve en contra del interés protegido. Al final creamos deformados, de mofletes colorados y una mirada tierna que desde pequeñitos se han especializado en generar lástima. El resultado es una sociedad que se ha acostumbrado a reclamar la comida que espera que se la traigan al pico, a no a luchar por su sustento. Aprendimos a maldecir a los políticos, a los bancos (que para muchos son los culpables porque nos dieron el dinero muy fácil), lo que haga falta para evadir la responsabilidad.
    Lo peor de todo, es que lo mismo que vemos al niño de pocos años manipulando una familia entera, muchos no piensan en luchar por su sustento, simplemente berrean con la esperanza de que un día alguien les llene la papada.
    Mientras protestan, les parece que son el buldog de colmillos afilados y collar de pinchos, pero esos solo quedan en los tatuajes de los adolescentes mimados que se rapan la cabeza para parecer duros, en realidad unos y otros solo son unos tiernos cachorrítos.

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  5. Pues sí que tenemos una vida perra, bulldogs y humanos. Me he quedado de verdad sorprendido con lo que da de sí la trayectoria de los bulldogs. Creo que este perro es un símbolo nacional en Inglaterra. Me pregunto si lo hicieron símbolo cuando lo usaban para las peleas o ahora que participa en concursos de belleza perruna.

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  6. El bulldog se convirtió en símbolo inglés durante el mundial de fútbol de 1966, que se celebró en Inglaterra. Pero no sé si el animal ya participaba en concursos de belleza.

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  7. Buenas alegorias. Al paso que vamos, dejándonos adocenar, y con el deterioro del mundo que proboca nuestro modo de vida occidental, por muchas cumbre mundiales sobre cambioclimático, protocolos y buenas intenciones, creo que el género humano lo tenemos crudo. Es cada vez más necesaria la actuación, al nivel que tenemos a nuestro alcance, en nuestro ámbito inmediato; si vamos consiguiendo metas cortas pero con mabición de uq elas metas sena grandes, entre todos el mndo tendría alguna oportunidad. Construir oasis.

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