31 de enero de 2014

DE VUELTA AL HUERTO

En el año 1900, sólo el 10% de la población mundial vivía en ciudades; actualmente, dicho porcentaje se eleva a más de la mitad y, según datos de la ONU, el 70% de la humanidad habitará en núcleos urbanos en el año 2050. Durante la segunda mitad del siglo XX, el incremento demográfico ha propiciado debates como la lucha contra la desigualdad, la necesidad de impulsar el desarrollo del Tercer Mundo, la preocupación por la ecología, por las pautas de consumo sostenibles o cómo garantizar el suministro de comida al conjunto de una población cada vez mayor y más concentrada.

Vista de San Diego con la granja vertical de Brandon Martella en el centro.
Además de necesidad vital, la relación con la comida implica toda una serie de valores culturales. Novelas como Bóvedas de Acero, de Isaac Asimov, definen bien la distopía que genera el gigantismo urbano, y en ella ocupa un lugar preferente el deterioro de la comida, una especie de papilla grisácea que, efectivamente, alimenta a todos, pero no puede situarse más lejos de nuestros recuerdos infantiles del pan con chocolate o unos huevos con chorizo. El proceso de urbanización implica una especialización de los trabajos; el desarrollo industrial y post industrial lleva a la paulatina desaparición de los pequeños huertos y granjas urbanos y periurbanos. Perdemos contacto con la naturaleza y dejamos de cultivar nuestros propios alimentos, y nos alimentamos peor con la aparición de la "fast food". 

Diagrama interno del edificio-granja de Martella.
En este blog ya hemos aludido a teóricos como Richard Louv, que estudian los trastornos que produce al individuo la falta de contacto con la naturaleza. Otros diseñadores enfocan el problema relacionándolo con la posibilidad de recuperar fórmulas de autoconsumo o de cultivo compatibles con los actuales entornos urbanos. Es el caso de Brandon Martella, que ha diseñado un edificio granja en San Diego. El proyecto combina la racionalidad arquitectónica con el reciclaje (la superficie plantada se riega con el agua reciclada del propio edificio) y con un estudio de viabilidad productiva: con la protección de paneles de cristal y el microclima creado en el entorno, el proyecto espera recoger una cosecha cada tres meses.

Módulo "daily needs" de Studio Segers.
Desde la perspectiva del autoabastecimiento, nos ha llamado la atención la propuesta de los belgas de Studio Segers, con un módulo de granja para una o dos gallinas, zona de compostaje y reciclado y huerto urbano, todo modular y presentado en un kit de montaje compuesto por piezas planas. En un alarde de humor, el "render" de las piezas incluye dos gallinas, aunque obviamente los animales no van incluidos en el "packaging". El conjunto tiene un nombre apropiado: "daily needs" o sea, necesidades diarias.


En As Salgueiras, donde impulsamos la biofilia como norma básica, consideramos que las ventajas de estos proyectos de autoabastecimiento y nueva agricultura urbana trascienden los meros beneficios dietéticos. Cultivar es una manera de recuperar el contacto con la naturaleza que hemos perdido por el camino, entablar nuevas relaciones con los animales y contribuir así al equilibrio de nuestra salud física y psicológica. Muchos podemos recordar de primera mano como, en muchos casos, la vejez de nuestros abuelos fue más activa (conservaban un pequeño huerto en las afueras, tenían gallinas u otro animal doméstico) que la de nuestros padres, urbanitas completos en un país como España en el que los hábitos de deporte y envejecimiento activo llegaron más tarde que a nuestros vecinos del norte de Europa. 

Por eso colaboramos con expertos con Inma Peña en el diseño de huertos saludables que cumplan una función terapéutica en centros de mayores, personas en rehabilitación, hospitales... Y estamos pensando en copiar lo que han hecho nuestros amigos de Mayorajo, distribuidores de juegos de Galopín en Alicante y Murcia: han instalado un pequño corral con gallinas que cuidan los trabajadores, que así disponen de huevos frescos a la hora del bocadillo. Porque cuando cultivamos lo que comemos no solo gana el estómago, también lo hacen el corazón y la cabeza.

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