14 de octubre de 2016

JUGAR PARA ABORDAR LAS COSAS SERIAS

En contra de lo que defienden algunas películas o determinadas obras de ficción, en As Salgueiras no compartimos la dicotomía que opone el juego y el mundo real. Por un lado estaría la familia, el estudio, las "cosas serias", y frente a ellas, como opuestos el juego, la fantasía, el ocio. Es cierto que, como recurso narrativo, puede resultar efectivo el contraponer el tedio de la vida cotidiana (los hombres grises del Momo de Michael Ende) con el mundo mágico del juego de los menores (el reino de Fantasia, sin tilde, por seguir con el autor alemán). Pero, como demuestran pedagogos, sociólogos y antropólogos, el juego no es el elemento con el que los menores se evaden de la realidad, sino el traductor que emplean para decodificarla, entenderla y aprender a desenvolverse en ella. Jugar en el parque, imaginar roles, superar retos... los elementos del juego libre son pasos en el proceso de desarrollo, de hacerse adultos, de reducir un universo infinito a pequeños elementos aprehensibles, comprensibles y superables. No jugamos para escapar de la realidad, sino para poner la realidad a nuestra altura y ser capaces de enfrentarnos a ella.
Por eso en As Salgueiras defendemos la presencia del juego en la vida cotidiana. El juego como lenguaje y herramienta universal que debe de estar al alcance de los niños en todo momento, para ayudarles a superar los problemas. Y por eso nos ha encantado esta noticia del Pais que recoge la iniciativa del hospital de Vall d'Hebron para convertir un escáner en una "nave espacial", de manera que las pruebas médicas resulten menos intimidatorias para los chavales. Si en condiciones normales, el mundo resulta un reto permanente, la experiencia de la enfermedad resulta especialmente complicada. Un niño enfermo parece ir contra la lógica de la existencia; es el momento de crecer, de aprender, de disfrutar; el dolor, la fiebre, la falta de salud son siempre malvenidos, y resultan insoportables en la infancia, para los niños y para su familia. El juego no elimina la realidad de la enfermedad, no puede evitar los pasos del tratamiento ni las noches de mal sueño, pero al menos, a través del juego (y con el trabajo cariñoso y concienzudo de enfermeros y médicos de los hospitales pediátricos), podemos evitarle al niño la sensación de que la enfermedad lo ha raptado del mundo y se lo ha llevado a un universo extraño de tubos, termómetros y vías en la muñeca, que le habla en un lenguaje incomprensible para el que carece de traductor.

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