7 de noviembre de 2014

LO OPUESTO A JUGAR NO ES TRABAJAR SINO ESTAR DEPRIMIDO

"Ya sabes que no puedes salir a jugar hasta que termines los deberes", "aprovecha para jugar un poco ahora que después tienes que estudiar". ¿Cuántas veces hemos escuchado estas frases siendo niños? ¿Cuántas veces las repetimos después, al convertirnos en padres? El modelo educativo dominante traslada al mundo infantil la dualidad trabajo/ocio que heredamos del mundo latino. Estudiar, el trasunto infantil del trabajo, es una actividad seria, de provecho; como contrapuesto, el juego adquiere una cierta carga peyorativa, de pérdida de tiempo, de esparcimiento, de descanso necesario para coger fuerzas para retomar lo que de verdad importa, el estudio.

Juego y trabajo combinados en las oficinas de AOL
Sin embargo, conviene recordar que, en el mundo latino, lo verdaderamente importante, la actividad que tenía sustancia por sí misma, era el ocio (otium) y que todo lo que no era dedicarse a las aficiones propias, a acudir a los baños, a los juegos, al hipódromo, a la biblioteca, era lo que no era ocio, el "nec-otium", de donde deriva la castellana "negocio". Los estudios de las sociedades primitivas y prehistóricas nos recuerdan también que, durante la práctica totalidad de su existencia como especie, el hombre ha dedicado la mayor parte del tiempo al descanso. Un cazador-recolector necesitaba pocas horas al día para conseguir la ingesta de proteínas necesaria. Luego se dedicaba a descansar, jugar, contar historias, relacionarse con sus familiares u otros miembros de su clan, visitarlos, ayudarles... Las jornadas de 12 o 14 horas de un ejecutivo contemporáneo le hubieran resultado incomprensibles. Esta tendencia a que el trabajo absorba la totalidad de la jornada, es una deriva reciente, acelerada con las sucesivas oleadas de la revolución industrial, que nos ha llevado a vivir, literalmente, para el trabajo, y considerar éste (y el dinero con él obtenido) como valor social dominante.

Actualmente, investigadores como Brigid Schulte, el psiquiatra Stuart Brown o la responsable del blog de referencia Playscapes, Paige Johnson, se han convertido en portavoces de una corriente que reclama la recuperación del juego como un valor central en la educación humana. El juego como elemento clave de formación personal, de relación con los demás, de gestión de los asuntos sociales. Como dice Stuart Brown, "lo opuesto al juego no es el trabajo sino la depresión" e insiste en que "nada desarrolla tanto el cerebro como jugar". En un artículo publicado en The Guardian, la columnista Lauren Laverne insiste en que debemos sacudirnos una cierta herencia victoriana, decimonónica, que contempla el juego como algo accesorio, secundario, algo que se merece o se pierde en función del comportamiento (¿cuántos colegios todavía castigan a los niños sin recreo, como si el recreo fuese algo prescindible?) para recuperar el papel del juego como herramienta de diversión y creación. Como dijo Einstein, "el juego es la forma más elevada de investigación" por ello es imprescindible reivindicar el tiempo libre, el tiempo para el juego y también, por qué no, enriquecer el trabajo con matices lúdicos, como proponen compañías punteras como Pixar, Google, Facebook o AOL.

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