3 de noviembre de 2015

ESCRIBIR PARA PODER APRENDER

Las sociedades occidentales concebimos el progreso como un sistema de eliminación. El nuevo invento, la nueva idea, el paradigma de moda, se impone como absoluto y relega al olvido, o al vertedero de basura, a su predecesor. En el mundo físico, este modo de pensar genera una cultura del despilfarro y la ingente generación de desperdicios. En el mundo de las ideas, lleva muchas veces al olvido de tradiciones valiosas, de saberes que se pretende relegar porque, aparentemente, han perdido su utilidad.


Ahora que muchos colegios parecen empeñados en una carrera por eliminar los libros y los cuadernos para sustituirlos por tabletas u ordenadores, los expertos en neurología, psicología o procesos de aprendizaje están empezando a advertir de las posibles repercusiones de privar a los menores del ejercicio de la caligrafía. En síntesis, lo que muchos expertos sostienen, es que los ordenadores son excelentes a la hora de buscar datos, información, imágenes... pero que no son tan buenos (o que no deben ser empleados de modo excluyente) en los procesos que garantizan el aprendizaje. El cerebro trabaja de modo diferente si tenemos que trazar una "a" con un lápiz que si nos limitamos a pulsar la tecla "a" de una pantalla. Para aprender necesitamos primero aprehender, recopilar los datos, organizarlos de modo coherente pero también personal de manera que nuestro cerebro pueda procesarlos e integrarlos. Al final, el viejo sistema de "tomar apuntes" con un bolígrafo y una libreta, obliga a escuchar al que habla, seleccionar casi sobre la marcha los datos más relevantes y completar, concluida la clase, el esquema final. Y a lo largo de ese camino aprendemos.


Muchos países orientales, sede de multinacionales que fabrican excelentes calculadoras, mantienen sin embargo la tradición milenaria del cálculo con ábaco, que aquí hemos perdido. En uno de sus cuentos espaciales, Arthur C. Clarke fabula la historia de una nave cuyo sistema de ordenadores se ha averiado y su tripulación se salva porque uno de los pilotos sabe manejar el ábaco, con el que calcula la ruta de vuelta a la Tierra. Es una buena advertencia de que el progreso no pasa por eliminar sin más las tradiciones, sino por saber conservar lo que tienen de valioso.

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