3 de noviembre de 2010

Mal acompañados, no; pero tampoco solos

Por Manu Iglesias

El otro día contemplé la siguiente escena en As Salgueiras. Había un caballo pastando en una extensa pradera. Entre todo el terreno que hay en la finca, uno de nuestros perros tuvo que elegir el mismo sitio en el que placidamente pastaba el caballo y allí se presentó. Al caballo no le hacía ninguna gracia la proximidad del perro. Seguía pastando, pero no tan tranquilo como antes. Se movía más y estaba como en estado de alerta, atento a los movimientos del perro que merodeaba a su alrededor. Algo del código genético del caballo debía advertirle que el perro, aunque pequeño, era un depredador. Los movimientos del caballo expresaban incomodidad, cierto fastidio. Con su lenguaje corporal parecía decirle al perro: “Tienes todo este inmenso campo y vienes precisamente aquí a darme la lata”. El caballo se cansó de la situación y se marchó desapareciendo detrás de un pequeño soto de castaños. Pero pasados unos minutos, el caballo volvió sobre sus pasos al mismo lugar, en el que ahora el perro se entretenía buscando topos.

El caballo disponía de una enorme extensión de campo para pastar, pero prefirió regresar al sitio del que poco antes se había marchado por la inopinada visita del perro. Así pues, un diminuto rincón de un prado de considerables dimensiones estaba ocupado por dos especies animales distintas, cada una dedicada a su actividad. Una pastaba y la otra perseguía animalillos. Si le incomodaba la presencia del perro, como claramente expresaron sus movimientos, ¿por qué regresó el caballo? No le costaba nada haberse quedado en cualquier otro lugar distante de la molesta presencia del perro. Creo que el caballo prefirió la incómoda compañía del perro antes que la soledad. Muchos criadores recomiendan que, si el caballo se cría solo, se le meta en la cuadra junto con una oveja o una gallina. Con la compañía de otro animal, aunque no sea de su especie, se evitan vicios de la cuadra, como el síndrome del oso enjaulado y otras patologías que pueden ser muy graves.

Al parecer, la unión de individuos de distinta especie llega a ser tan intensa que si los separan o muere uno de ellos dejan de comer y adoptan una actitud indolente. Algunos meten la cabeza en una esquina de la cuadra y se quedan en esa posición todo el tiempo. No hace mucho se leía en la prensa la historia de una burra y un perro que habían sido arrojados al río Miño y posteriormente rescatados. Se suponía que habían sido criados juntos porque se alegraban al reencontrarse y se desesperaban cuando los pretendían separar. Los animales, entre sí y con la especie humana, llegan a establecer relaciones afectivas inexplicables sin la noción de biofilia. Además de tantos casos que todos conocemos, la mitología y los relatos de ficción ya nos dan noticia de estas relaciones: Rómulo y Remo alimentados por una loba, Tarzán criado por los monos, etc. Incluso la incesante búsqueda humana de formas de vida extraterrestre, aunque fuera hostil, puede ser otra manifestación de biofilia. Al igual que ocurría con el caballo y el perro, pese a que nos inquiete descubrir otras formas de vida, preferimos dar con ellas aunque sólo sea para saber que no estamos solos en el universo.

3 comentarios:

  1. Me pregunto si no será nuestro instinto depredador disfrazado de progreso lo que nos lleva a buscar otras formas vida en otros planetas.

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  2. Yo no creo que nuestro instinto depredador tenga mucho que ver con averiguar si hay vida fuera de la Tierra. Por el momento, parece improbable que la haya, pero el interés en saberlo parece responder a estímulos intelectuales. No son los políticos los interesados, sino los físicos, biólogos, etc.

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  3. Yo si creo que la vida extraterréstre es una manifestación de la biofília.

    Si fuera de otra manera, buscaríamos otro planeta que explotar, pero sabemos que por ahora eso es inviable. No podemos dedicarnos a la minería en Marte, porque eso si que inviable económicamente, perosoñamos con que algún día nos encontremos con formas de vida con las que podamos entendernos. Esa posibilidad nos asusta, porque pueden ser superiores a nosotros, porque incluso pueden depredarnos, pero nos ocurre como al caballo que desconfía del perro, peo aún así, prefiere asumir ese riesgo antes que soportar la soledad y el aislamiento.

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