8 de noviembre de 2010

La concepción del entorno


Por Francisco Figueroa

Ya nos advertía Cela de la redundancia del término “medio ambiente”, que repite dos veces lo mismo. La cuestión no es baladí, el lenguaje nos condiciona sutilmente y por su filtro pasa nuestra lectura del mundo; creo que precisamente entre las causas de la situación a que hemos llegado una a considerar es esa comprensión alienada del mundo y de la naturaleza que hemos ido forjando en Occidente. La terminología que empleamos forma parte de esa trampa que nos pone el lenguaje entre nosotros y lo que pretendemos entender y transmitir. Términos como "ambiente", “medio natural”, “entorno”, "environnement", “environment”, "Umwelt" (el mundo alrededor, literalmente en alemán), ya nos enajenan de eso de lo que hablamos, nos sitúan en ello o ante ello como espectadores, no como partícipes y agentes inmersos e inseparables de esa realidad que contemplamos y describimos; a lo sumo nos vemos como usuarios y dueños en una concepción antropocéntrica según la que nuestra especie se supone el clímax, por emplear un término de la ecología, y a cuyo servicio está todo lo existente.

Todo lo que se elabora a partir de esos conceptos, las estructuras culturales desde las que contemplamos el mundo y desde las que actuamos en él, viene pues condicionado por esa mirada. No es de extrañar que en términos economicistas se contemplen los recursos naturales como bienes a disposición, apropiables, incluso dilapidables: no se les concibe como parte integrante de nuestro ser, que deberíamos entender como entidad de límites difusos que somos; ni en el fondo pensamos que seamos partícipes con ellos de una dinámica de la vida. Llevándolo al límite, filosóficamente serían como “circunstancias”, algo que se encuentra en derredor o en proximidad, diferenciado de nosotros como sujetos y que nos afecta de alguna manera tan sólo secundaria. Interpretando la concepción orteguiana del yo, incluso con claves del propio pensamiento occidental podemos darnos cuenta de la aporía que supone tal visión.

Pero ese desapego forzado hacia la naturaleza, ese “anti-pathos”, si se me permite un juego con el lenguaje, es algo contra natura. Basta con mirar en nuestro interior para percibir la empatía y afección por lo que nos rodea y que en definitiva es parte intrínseca de nosotros mismos, de nuestro mundo físico y mental, si lo dejamos de lado y vivimos y actuamos como si no fuera así nos estamos ocasionando un daño al tiempo que se lo hacemos al mundo, es decir, nos causamos patologías, y la muestra más palpable es el poder terapéutico de recuperar el contacto con la naturaleza y con los seres vivos.

En el contexto teórico es relevante la reformulación de la realidad con conceptos de acuñación reciente que vienen a denominar y describir algo que en el fondo sabíamos pero que no concretábamos terminológicamente. También la toma de conciencia por medio de la educación ambiental y una interpretación no condicionante sino estimuladora de la propia búsqueda y descubrimiento tienen un papel a desarrollar si queremos cambiar el curso de los acontecimientos. Es algo en lo que viene insistiendo los expertos en estas disciplinas. La compresión, incluso simplemente el disfrute del retorno a la naturaleza son pasos en la búsqueda de soluciones.

4 comentarios:

  1. Bueno, tampoco hay que pasarse. Yo puedo apreciar mucho la naturaleza, pero tampoco la considero parte de mi ser. No seré posible como ser vivo sin la naturaleza, pero yo soy un miembro de la especie humana y los árboles no. Puedo sentirme muy ligado a un paisaje o a una tierra e identificarme con ella, pero siempre la consideraré mi entorno: por muy entrañable que me resulte, mi entorno no son mis entrañas.

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  2. RR, en un sentido preciso del lenguaje tienes toda la razón, más tu mismo das pié a otra interpretación-: si la necesito para vivir, si es fundamental para mi existir, significa que sin ella no soy nada, de ahí la poca importancia de nuestro ente independiente, dado que formamos un todo. Ningún individuo es nada sin su especie y su ecosistema. Las especies nos adaptamos a un biotopo, somos consecuencia de este y lo retroalimentamos. La fábula del viejo roble de Günter Pauli, la de las ovejas, la hierva y el lobo. las olas y el mar, las termitas y el termitero, las moléculas de un fluido y el estudio sobre el tráfico, son metáforas que no se si sirven para entender o captar ese todo, ese ecosistema o biotopo capaz de subsistir, de generar vida biológica y cultural, difuminando las fronteras de nuestra propia entidad que pasa a ser mas entelequia que estricta realidad. ¿puedo ser algo sin una madre que me geste y traiga al mundo?¿acaso aparecemos por generación espontánea?¿podemos ser algo sin ser humanidad, sin tener humanidad? Somos lo que somos, solo en función de ese todo. A fin de cuentas –según creo- el autor solo intenta desvelar el error de sacarnos de la ecuación para diferenciarnos de nuestro entorno que al definirle como medio o circunstancia es cuando lo sacamos fuera de nuestra capacidad de acción y responsabilidad.

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  3. Ah, en eso estoy de acuerdo.
    Lo que yo quería decir es que yo formo parte de la naturaleza en el plano biológico, y en el plano existencial puedo identificarme con un paisaje, con un pueblo, con un entorno afectivo. Pero mi identidad no se disuelve ni en la naturaleza ni en el paisaje, aunque sean condición necesaria para mi supervivencia. Pero estoy de acuerdo en que es una presunción ingenua concebirse uno a sí mismo completamente al margen del entorno del que depende.

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  4. Vamos indo lo ha expresado de forma certera, ya solo puedo abundar en lo dicho. RR, claro que somos entes que seguimos nuestro propio devenir, pero “entendernos” (definirnos) como independientes es una entelequia. En realidad hemos venido actuando como si lo fuéramos y con ello casi llegamos a creer que era así. Parte del problema comienza ya al nombrar las cosas. “Somos” desde el momento en que nos postulamos, nos concebimos (es decir, nos separamos), nos reconocemos como seres frente al medio, lo otro. Ahí radica la cuestión, porque somos dependientes (ens contingens), entre otras cosas del entorno, y en ese sentido somos inseparables. Y, por supuesto, no somos necesarios.
    En tanto que seres capaces de buscar y hallar nos toca superar la ruptura con el mundo (eso de entrada posiblemente colaborase a hacernos más felices) y buscar soluciones.

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