Por Manu Iglesias
Cualquier padre que dijera algo así, daría la impresión de que ha fracasado en la educación de su hijo. Pero en el caso de aquel padre, la realidad era muy otra. Su hijo compartía experiencias y trabajos en As Salgueiras con dos jóvenes procedentes de un centro de menores.
Llevaban los caballos al campo, hacían las cuadras, limpiaban cunetas y barrían el patio. El trabajo era duro pero el día se les pasaba volando a aquellos tres jóvenes, y se les veía satisfechos cuando venían a As Salgueiras. Después de comer, iban al campo a por los caballos para hacer hipoterapia. Tanto su hijo como los “delincuentes” tenían la misma edad pero biografías muy distintas. Compartían animosamente las labores del campo, comían juntos y conversaban sobre cualquier cosa.
Lo que contaban los jóvenes internados era muy duro, pero muy real y, en algunos aspectos, incluso enriquecedor. Un día comenzamos hablando de caballos y la conversación derivó hacia lo que había sucedido en el centro de menores. Un chaval había logrado fugarse. Nos interesamos por lo que le ocurriría si le capturaban. Respondieron que su destino inevitable sería el régimen de aislamiento: todo el día encerrado y solo media hora diaria de paseo para estirar las piernas. Ellos ya conocían de primera mano lo duro que era. El tema surgió cuando comentamos que un potro criado en una cuadra termina volviéndose loco. De alguna manera, aquellos chavales estaban luchando para no convertirse en esos potros encerrados que perdían el sentido de la realidad y la capacidad de relacionarse con los demás.
Admitieron que en el centro habían madurado mucho, y que incluso esos largos períodos de aislamiento les habían llevado a ponderar las consecuencias de sus actos. El hijo de aquel padre escuchaba atento. Él, que había tenido la suerte de escuchar a personas de gran ascendencia social, ahora podía ver el impacto que tenían en la vida actos antisociales e irresponsables. Observándolos, por distintas que fueran sus trayectorias, uno veía a unos chavales disfrutando mientras se contaban historias amistosamente. Y el hijo de aquel padre tomaba nota de la dramática deriva a la que nos puede conducir una decisión equivocada y de lo que provocan actos que hacen daño a los demás y a uno mismo.
Todos los seres humanos podemos aprender. Aquellos chavales, que habían caído y luchaban ahora por levantarse, nos enseñaban tanto o más que un catedrático. No hay libro que contenga la lección que nos enseña la vida misma. El padre de aquel muchacho, lejos de haber fracasado en su educación, podía comprobar como su hijo era tan capaz de relacionarse con “gente bien” como con jóvenes con riesgo de exclusión, algunos estigmatizados por nuestra sociedad. Podía ser comprensivo, jovial y atento con todos. E incluso contribuir a que aquellos jóvenes encontraran otra forma de relacionarse y recuperaran su orgullo trabajando. Sí, su hijo “trataba con delincuentes” pero pudo aprender cosas que ningún profesor le podría enseñar.
Por desgracia, hay quienes no reaccionan hasta que no residen en un centro penitenciario. Y aun así, no faltan los que no salen del pozo nunca. En teoría, la privación de la libertad es una medida orientada a la reinserción, pero es difícil conseguirla en un ambiente como el que hay en los centros penitenciarios. De los centros de menores no tengo ni idea.
ResponderEliminarPues por lo que yo sé, a los funcionarios del trullo hay que tratalos de usted, cosa que ellos no hacen excepto si el interno pertenece a la ETA.
ResponderEliminarMe habías comentado esta historia en otra ocasión, al poco tiempo de que se produjese la conversación de la que hablas. Conozco a los muchachos y también su actitud trabajadora y luchadora en As Salgueiras. Si no me dicen las circunstancias de aquellos adolescentes sería incapaz de "ponerles una etiqueta".
ResponderEliminarLos viejos dicen que el trabajo dignifica. Cuánta razón tienen!. El orgullo que les produce a esos jóvenes completar la tarea en el cuidado de los caballos los hace sentirse dignos y útiles. Adquieren valores que nunca antes les habían enseñado de forma amable y natural y, además, son ellos los que recogen el fruto. En As Salgueiras dieron pasos de gigante hacia su reinserción. Solo espero que hayan cogido fuerzas para continuar en esa lucha que es la vida con ilusión y ganas de pelear por lo que realmente vale la pena. No es fácil, pero, ¿qué se consigue sin esfuerzo?.
Una buena ocasión para reflexionar sobre qué podemos hacer cada uno de nosotros para no prejuiciar a otras personas que tienen o han tenido problemas pero no han perdido el afán de superación y de reconstrucción que poseemos los seres humanos, una de las mejores cualidades humanas junto con la de la solidaridad y la capacidad de empatía. A mi modo de ver, estos proyectos que se vienen realizando en As Salgueiras son buenos ejemplos de ambas cosas, y una oportunidad para todos aquellos que participan, colaboran, son testigos o tenemos noticia.
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