23 de enero de 2011

Estímulo y resistencia

El juego en la naturaleza como potenciador del realismo en la educación


Por Miguel Moreno

Hace unas semanas subí a As Salgueiras con mi familia. Dimos un paseo por el camino de la parte alta. Después de detenernos en una fuente —a mis hijos les entró sed nada más verla—, seguimos caminando y nos topamos con un peñasco de considerables dimensiones cerrándonos el camino. Vaya contrariedad… ¿Contrariedad? En absoluto. Ese peñasco era un reto, un apasionante desafío para mis hijos. Aquella enorme piedra resultó lo más divertido del paseo. Yo la sorteé saliéndome del camino pero, por lo que vi, mis hijos jamás renunciarían a escalarla. Querían conquistar esa pequeña cima. Una vez lograron subir, se quedaron un buen rato jugando encima de la roca. Mientras tanto, me di una vuelta por los alrededores para contemplar el paisaje invernal.

Al día siguiente, advertí que mi hijo tenía un importante rasponazo en el tórax. «¿Cómo te hiciste eso, Nicolás? ¿Te duele?». «Sí, papá, me duele muchísimo», me dijo sin expresar ninguna queja. «¡Me lo hice ayer en la piedra grande!». Le pregunté a su madre y me comentó que, en efecto, Nicolás tuvo una pequeña caída mientras jugaba con su hermana. Pero se levantó de inmediato, volvió a subir a la roca y continuó divirtiéndose. Sin más. Su madre comprobó en aquel momento si le había ocurrido algo y vio la herida.

En un libro leí que la naturaleza se manifiesta al ser humano como estímulo y como resistencia al mismo tiempo. Los colores, los árboles, los animales, el paisaje, etc. nos estimulan: invitan a la contemplación y al disfrute. Pero los caminos pedregosos, las espinas, la aspereza o la altitud son algo que nos ofrece resistencia y dificultades. Dándole vueltas a esto, veo por qué el juego en la naturaleza es tan pedagógico. El juego en un entorno natural es una excelente introducción a la realidad. Lo real se nos resiste, presenta complicaciones; pero también nos estimula. Y a veces muestra atractivos incluso en los obstáculos.

6 comentarios:

  1. El pedrusco debe pesar unas cincuenta toneladas. Estaba en una posición inestable sobre el camino. Usamos eslíngas de acero y cadenas para intentar moverlo, pero rompían todas y un buldózer con la ayuda de un polcáin no fueron capaces de desplazarla un metro.. Después conseguimos unas cadenas de barco, pero se habían marchado las maquinas. En la esquina inferior de la piedra pueden verse los cables. A finales del próximo verano, cuando el tiempo es más seco, necesitamos contratar otra vez las maquinas y con ayuda de cadenas y troncos, confiamos en moverla. Nos da pena romperla porque es una piedra preciosa, erosionada en forma de meandros. No queremos destruir lo que tanto tiempo le ha llevado tallar a la naturaleza, pero solo tenemos dos opciones: moverla o desviar el camino.

    El juego es la forma en que los niños aprenden: llegan a conocer y comprender el mundo que les rodea y la forma en que ellos interactúan con él.
    Los niños aprenden moviendo, tocando, saboreando, viendo, oliendo y oyendo. Nosotros teníamos de niños las rodillas siempre pintadas de mercurocromo. Nos ponían pantalón corto para que no rompiéramos los largos. Seguro que los niños aprendieron y lo pasaron muy bien con aquella piedra dura, áspera y enorme que corta un camino de las Salgueiras formándo un obstáculo pero también un desafío para trepar y otear el horizonte.

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  2. Miguel, tu relato es un buen ejemplo de cómo el juego libre les enseña a nuestros pequeños las grandes lecciones de la vida, como "caerse para aprender a levantarse". Me ha gustado mucho leer esta historia. Gracias.

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  3. Hace algún tiempo aprendí algo viendo como mi hija, entonces de 2 años y meses, se subía a una roca casi vertical de gneis, al principio solo un poco y luego llegó a cuatro metros, y yo debajo atento a si se resbalaba... descendió perfectamente bien.
    Es fácil incurrir en la sobreprotección, pero hay que saber encontrar el punto entre dejar que asuman y valoren los riesgos, pero sin que esos riesgos sean un peligro inasumible.
    Los expertos en juego natural y libre tienen un dicho, algo así "tan lejos como para que no les podamos oir, pero no tanto como para que no los podamos ver", es decir, manteniendo una distancia prudente y discreta pero que les podamos ser de ayuda si es necesario, sin una presencia cohercitiva, limitadora, conductora o aleccionadora.
    Incluso a veces, según las circunstancias, sería oportuno justo a un poco más de distancia...

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  4. 50 toneladas. Vaya piedra. Si es tan divertida quizá no haga falta moverla.

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  5. A mí me parece importante lo del realismo. La pedagogía actual está impregnada de un buenismo preocupante. La vida es dura y para vivir hay que esforzarse. Hoy los planes educativos parecen diseñados para evitar la frustración, y desde siempre es sabido que sin frustración no hay aprendizaje. En niños y en adultos. No se trata de postular una pedagogía tenebrosa, sino de no ocultar a los niños aquellos aspectos de la realidad que exigen esfuerzo, que no se consiguen a la primera ni te caen del cielo por tus buenas intenciones. Naturalmente que hay que motivar, educar en positivo y valorar a cada niño tal y como es. Si a un niño no se le valora se le convierte en un desgraciado: nunca intentará estar a la altura de lo que la vida le exige porque será propenso a suponer que nadie va a valorar lo que haga.
    Pero junto a la motivación y los refuerzos positivos veo imprescindible que los niños también se enfrenten a lo que cuesta, a lo arduo. Así podrán superarse y no venirse abajo cuando en la vida las cosas se pongan feas. En los 90 se acuñó un término para describir a determinados adultos: "adultescentes". Era gente víctima de un sistema educativo que les sobreprotegía y no les había hecho madurar. Todo es muy bonito hasta que llega el momento de buscarse la vida por uno mismo.
    Con la educación que se imparte hoy, no me extraña nuestra sumisión al Estado, la pretensión de que sean los políticos quienes nos resuelvan los problemas. Y así nos va: cada vez somos más "adultescentes".

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  6. Los que acuñaron el concepto de la educación antiautoritaria y postulaban que se apartara a los niños de la frustración, acabaron suicidandose.

    La paradoja que acabó en desastre fué que una educación destinada a evitar la frustración a la larga generó millones de frustrados.

    Los adultos nos hemos vuelto mendicantes del estado. Este convierte a los educadores en funcionarios. le encargamos que cuide el medioambiente, pero no selecionamos la basura y pedimos papeleras en los parques naturales. queremos las calles limpias, pero somos los primeros en ensuciarlas. les pedimos ejemplaridad a los políticos, pero no a nosotros. la deriva a la que nos llevan los acontecimientos es dramática. veremos la naturaleza en la televisión y nos emocionará, pero la sentiremos muy distante. ocurre en los documentales, en los parques naturales. le pediremos al estado que la cuide, pero no veremos la que tenemos en nuestro entorno inmediato ni nos comprometemos con ella.
    Hay que comprometer a los vecinos en el cuidado de los jardínes, a los niños de sus patios escolares. los padres deberíamos pedir que a los niños se les enseñara a manejar una pala y un carretillo, a recoger las hojas, a limpiar sus juegos con sus cubitos, agua y jabón.
    me parece inadimisible que tenga que venír un funcionario a revisar la seguridad del entorno en donde nuestros niños juegan.

    si ocurre, un accidente Dios no lo quiera- solo nos preocupamos en derivar las responsabilidades al estado. que si había un juego en mal estado, que si estaba sucio.

    no entendemos que la revisión del entorno de juego la tenemos que valorar nosotros, el estado no puede poner un funcionario al cuidado de cada niño.

    si un entorno de juego esta revisado esa tarde y por la noche hacen allí un botellón y hay cristales, no puede venír justo detrás una persona de limpieza.

    mientras tanto la gente está ociosa, criticándolo todo, pero no se agacha a recoger un papel, es más no se molesta en tirarlo en la papelera.

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