Me he propuesto intentar relataros el ambiente que se respira durante las jornadas de hipoterapia en las Salgueiras.
Los martes y los viernes –ultimamente tenemos tanta demanda que seguramente acabaremos haciendo hipoterapia todos los días- la rutina diaria de la granja se ve alterada porque los caballos que participan en las actividades han de estar preparados a primera hora de la tarde. Habitualmente se encargan de ayudar en la actividad el Bufardo y el Platero. Ambos caballos tienen un carácter y unas condiciones excepcionalmente buenas para la práctica de la hipoterapia y cada uno con sus especificidades, sirven a Antonio Bestillerio -nuestro amigo e hipoterapeuta experto que dirige la actividad-, para hacer uso de ellas en función de los objetivos de las terapias que el plantea. Ultimamente se ha sumado una alumna de Antonio: Tania que tambien es fisioterapeuta. Tambien suele participar Lucía. La psicóloga responsable de las psicoterapias asitidas por animales.
Antes de que lleguen los niños con sus familias, los caballos ya están cepillados, con sus herraduras y cascos revisados y su manta, cinchón y cabezada lista para el trabajo. Muchas veces los esperamos en los alrededores del estanque para que los caballos beban y se entretengan mordisqueando las hojas de los castaños. Últimamente los niños traen unas manzanas para los caballos, que estos se apresuran a aplastar en su boca. Les gustan tanto que se recrean con el zumo de las frutas y algunas veces acabamos empapados de restos de manzana.
Antonio siempre empieza con una ceremonia pausada donde los niños acarician a los caballos. Antes de montar, el quiere dejar un tiempo para que los niños se espabilen un poco del viaje en coche hasta la granja mientras se concentran en acariciar las cabezas de los caballos. Antonio también acaricia a los niños, acostumbra sus cuerpecitos a sus manos expertas y casi sin que se den cuenta y sin ninguna prisa, los sube a la grupa del caballo y los coloca correctamente, al tiempo que anima la actividad con historias de la aldea.
Los martes y los viernes –ultimamente tenemos tanta demanda que seguramente acabaremos haciendo hipoterapia todos los días- la rutina diaria de la granja se ve alterada porque los caballos que participan en las actividades han de estar preparados a primera hora de la tarde. Habitualmente se encargan de ayudar en la actividad el Bufardo y el Platero. Ambos caballos tienen un carácter y unas condiciones excepcionalmente buenas para la práctica de la hipoterapia y cada uno con sus especificidades, sirven a Antonio Bestillerio -nuestro amigo e hipoterapeuta experto que dirige la actividad-, para hacer uso de ellas en función de los objetivos de las terapias que el plantea. Ultimamente se ha sumado una alumna de Antonio: Tania que tambien es fisioterapeuta. Tambien suele participar Lucía. La psicóloga responsable de las psicoterapias asitidas por animales.
Antes de que lleguen los niños con sus familias, los caballos ya están cepillados, con sus herraduras y cascos revisados y su manta, cinchón y cabezada lista para el trabajo. Muchas veces los esperamos en los alrededores del estanque para que los caballos beban y se entretengan mordisqueando las hojas de los castaños. Últimamente los niños traen unas manzanas para los caballos, que estos se apresuran a aplastar en su boca. Les gustan tanto que se recrean con el zumo de las frutas y algunas veces acabamos empapados de restos de manzana.
Antonio siempre empieza con una ceremonia pausada donde los niños acarician a los caballos. Antes de montar, el quiere dejar un tiempo para que los niños se espabilen un poco del viaje en coche hasta la granja mientras se concentran en acariciar las cabezas de los caballos. Antonio también acaricia a los niños, acostumbra sus cuerpecitos a sus manos expertas y casi sin que se den cuenta y sin ninguna prisa, los sube a la grupa del caballo y los coloca correctamente, al tiempo que anima la actividad con historias de la aldea.
Antonio es un luchador que ha tenido que pagarse los estudios trabajando duramente. Se reconoce un hombre de aldea que ha ayudado en todo tipo de labores agrícolas y sabe muchos trucos, juegos e historias. Nos cuenta como hacían un tirachinas o una cerbatana con hojas y ramitas de juncos. Nos habla de renacuajos y escondites en los árboles. Los niños y nosotros escuchamos atentos a sus explicaciones, mientras el da orden de comienzo. Los auxiliares nos concentramos en nuestro trabajo. Nuestra misión es darles confianza a Antonio y a los niños, para que puedan concentrarse en la actividad. Si Antonio nos da pié hablamos, si la actividad exige concentración, permanecemos en silencio.
Solemos poner una música relajante en el picadero que parece sincronizarse con el cadencioso paso de los caballos y de nuestras pisadas. Algunas veces nuestros corazones parece que se sincronizan con todo aquello y el ritmo de la actividad parece que suena mas afinado y armonioso. El palafrenero (la persona que dirige al caballo), tiene que estar muy atento a las indicaciones de Antonio. El caballo debe mantener un ritmo armónico y constante, aunque algunas veces nos manda apurar o reducir la marcha. Otras veces nos ordena parar para recolocar o cambiar de posición al niño, pues algunas veces monta de lado o incluso mirando hacia atrás. Durante la sesión también se hacen trazados con más curvas o cambios de sentido de la marcha para que los niños realicen los ejercicios con mayor intensidad o dificultad, a fin de mejorar su estado físico y equilibrio. El resto de los auxiliares, simplemente acompañan la marcha como una pequeña manada de entusiastas. La misión de estos consiste en arropar la actividad, permanecer cerca del niño y de Antonio por si se produce un sobresalto, por si tenemos que recogerlos en una caída o ayudarlos a posicionarse. Mientras tanto animamos el ambiente, espantamos las moscas y tábanos de la barriga del caballo que no paramos de acariciar y sobre todo, nos ayudamos a nosotros mismos haciendo ejercicio, mientras nos sentimos muy confortados por colaborar en una labor que no solo sirve para mejorar la autoestima y motivación de los niños, sino para aliviar dolencias y mejorar sus capacidades motoras, equilibrio y en general su calidad de vida.
Cuando -como ocurre frecuentemente-, somos mucha gente. Las madres de los niños y los acompañantes se relajan y pasean por la finca, recogen agua de la fuente para llevar a su casa, comentan con amigos los detalles de la actividad y en general a ellas también les sirve para relajarse al ser conscientes de que su querido hijo está en buenas manos.
Al final, después de varias horas de actividad, rematamos sudorosos y cansados pero muy felices. Las madres nos dan un ejemplo de valentía y coraje, nos enseñan que no tenemos derecho a quejarnos y sobre todo nos transmiten su alegría y esperanza. Definitivamente los que no han vivido algo como esto, no saben lo que se pierden.
Estupendas consideraciones de cómo solemos actuar acompañando a nuestros hijos en los parques infantiles, y del instinto de sobreprotección que hemos venido desarrolando. Cuando se liberan de la imposición que supone la organización del espacio inherente al común de los aparatos de juego infantiles y de nuestro excesivo control es cuando tienen oportunidad de mostrar sus cualidades más creativas y de improvisación.
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