22 de septiembre de 2010

El principio de realidad

Por Miguel Moreno

Cuando el griterío ensordecedor del parque me superó definitivamente, salí del recinto de los columpios y me alejé un poco sin perder de vista a mis hijos. Me senté en un banco y me pregunté qué era exactamente lo que me hizo captar que lo que oí en As Salgueiras era puro sentido común.

En primer lugar, aquel pequeño e inocente parque, a pesar de su simpática apariencia, reproducía a su manera ciertas patologías urbanas: la masificación, un ámbito artificial que uniformiza las conductas, sobreprotección,… Mis hijos, evidentemente, se divertían más en ese pequeño parque al aire libre que en el piso de Madrid. Pero no dejaban de buscar la atención de su padre, cosa que no ocurrió en el otro parque. Además, mis hijos no se hicieron amigos de otros niños ni jugaron realmente con ellos. Todos los chavales allí parecían percibir a los demás como un obstáculo, como okupas del columpio que ellos intentaban disfrutar. Había, además, problemas de circulación vial: Nicolás no podía hacer el mono porque otros niños tenían que pasar precisamente por donde él se colgaba. Había demasiado tráfico.

¿Por qué los chavales no jugaban juntos? Hombre, juntos sí estaban en lo que a su proximidad física se refiere, pero no jugaban unos con otros: rara vez interaccionaban entre sí excepto para reclamar su derecho al tránsito o al uso de un columpio. De ahí la enorme polución acústica que padecíamos todos en aquel parque.

Lo que me habían dicho en As Salgueiras es que los niños (y los adultos) necesitan el juego libre en un entorno natural. ¿Qué es el juego libre? Pues, por ejemplo, saltar una valla o cualquier otro obstáculo, se interponga o no en el camino. ¿Qué te puedes caer? Claro. También te puedes caer de un columpio. O tener un accidente de tráfico cuando llevas a los niños al colegio. Si nos ponemos en ese plan, habría que sacar a pasear a los críos como a los perros en las ciudades, con cadena y collar.

Es parte natural de nuestro desarrollo caernos de vez en cuando. Un chaval al que evitamos por sistema cualquier tipo de caída ignora hasta qué punto el suelo es duro. El juego, por mucho componente imaginativo que tenga, no puede desentenderse de la realidad, ha de basarse en ella. En un entorno sobreprotegido, artificial y saturado, estamos impidiendo que nuestros hijos actúen teniendo presente el “principio de realidad”. No hablo del principio freudiano que, con perdón, siempre me ha parecido demasiado misterioso, muy de película de Hitchcock; me refiero al contacto con la realidad misma, a aquello contra lo que todos chocamos de vez en cuando. La realidad, aunque sea rocosa, también puede ser divertida, mucho más divertida que los columpios.

No he tardado en regresar a As Salgueiras con mi mujer, Nicolás y Nieves. Nos lo pasamos muy bien. Lo que más le gustó a Nieves (y a mí) fue un perro bodeguero que respondía al nombre de Morante. ¡Qué animal más simpático!

1 comentario:

  1. en Europa se está extendiendo un movimiento que pide un cambio en la pedagogía, pues son conscientes de que el exceso de protección va en contra del interés protegido.

    es mejor ir aprendiendo poco a poco que llevarse un golpe repentino.

    una muestra de esto es que en el rural -que esta lleno de maquinaria agrícola llena de pinchos-, los niños no tienen tantos accidentes como en la ciudad, donde todo está montado para que no se lesionen. los niños no son tontos y tienen instinto de supervivencia. somos nosotros los que los volvemos unos bobos por desgracia para ellos y para nosotros que pensamos que lo estamos haciendo bien y en realidad estamos metiendo la pata hasta el fondo.

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