Por las conversaciones que escucho en As Salgueiras, compruebo que allí se aprecia mucho el saber, el conocimiento que nos hace ir más allá de lo inmediato y nos permite comprender la realidad y a nosotros mismos en ella. Se citan a menudo estudios de etología y antropología de importantes universidades pero, al mismo tiempo, en As Salgueiras se toman ciertas precauciones con el saber académico.
Se me ocurre que un motivo puede ser la enorme estima que allí se tiene por lo que sabe un pastor o un agricultor sin estudios académicos. Cualquier instancia educativa tiende a clasificar al pastor, al agricultor o al hombre que vive en el campo de lo que obtiene de la naturaleza como a un individuo con un nivel cultural bajo o nulo. Puede que sea así en muchas ocasiones. Sin embargo, los conocimientos que posee un pastor sobre la vida y la naturaleza tienen un extraordinario valor en As Salgueiras. Aún más: en cierta medida, lo que sabe un pastor es considerado como un excelente antídoto contra buena parte de las intoxicaciones teóricas que a veces generan la Universidad y los medios de comunicación.
Un pastor está obligado a conocer muy bien a su rebaño; tiene que saber exactamente dónde pasta mejor y en qué época del año. Debe tener muy presente cuánto esfuerzo implica para él y sus animales ir a un sitio u otro, porque siempre hay imprevistos. Por consiguiente, debe conocer los mejores caminos y pasa, literalmente, épocas enteras de su vida con la naturaleza y sus animales como únicos compañeros. Además, como es obvio, asume un estatus de liderazgo ante su rebaño: no puede estar todo el día persiguiendo a cada animal para reunir al rebaño. Pero ese “liderazgo” no se basa en la fuerza, se asienta en una relación con los animales que solo el pastor es capaz de establecer. El escaso prestigio social del pastor ha hecho que sus conocimientos y destrezas parezcan hoy cosa de poca monta o vulgares. Sin embargo, resulta asombroso lo que un pastor puede saber de las personas. Conoce de primerísima mano aquello que seguimos teniendo en común con el resto de los seres vivos; sabe que asumimos roles, que algunos prefieren tomar la iniciativa mientras que otros optan por disfrutar pacíficamente de la vida sin preguntarse hacia dónde les lleva el rebaño. Unos son extrovertidos y asumen un rol dominante; otros son más tímidos y sumisos, pero muy cautos: perciben con extraordinaria facilidad los riesgos. Por eso el pastor se fija mucho en ellos y nunca minusvalora a quien no destaca. Sus conocimientos parten de lo local. Pero sus sosegadas reflexiones, su paciente y constante observación de los ritmos de la naturaleza, de lo que en ella sucede y de las condiciones de subsistencia llegan a proporcionar a esos conocimientos un alcance universal. Si lo pretendiera, el pastor podría comprender mucho mejor que cualquiera de nosotros a nuestros antepasados del primer milenio a. de C. en la Europa mediterránea.
Algunos pastores, considerados palurdos hoy porque no aparecen en anuncios de tabaco con genuino sabor americano, cultivan una sabiduría que no se aprende en ninguna facultad o escuela universitaria. Y, tal y como aspiraba la antigua Filosofía griega, lo que sabe el pastor puede traducirse en una valiosísima forma de vida serena, paciente y alegre.
Acertada reflexión, que me ha hecho además recordar un pastor que además fue "perito en lunas" y gran poeta: Miguel Hernández
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