21 de septiembre de 2010

La isla de robles


Un domingo paseaba cerca del conjunto que llamamos la isla, se trata de una agrupación de grandes piedras que parecen emerger de una llana pradera que siempre esta verde. Nos recordaba a un atolón madrepórico en medio de un mar caribeño donde se asoman cocoteros, salvo que nuestra “isla” en vez de plantas exóticas alberga unos robles centenarios. En el conjunto de piedras, todas ellas erosionadas en forma de grandes bolas, destaca una tan grande como una casa que parece un colosal huevo acostado.

Era un día agradable y mientras observaba la gran mole, me fijé como toda su superficie la disputaban la madreselva, esponjosos y delicados líquenes apenas dejando espacio en otras zonas mas húmedas a un espeso y frondoso musgo. Sobre todo el conjunto como si fuera la vela de un barco, destaca la copa de un gran roble.

Cuando me fijé en la posición de aquel árbol, parecía nacer en la misma roca. Me acerqué un poco mas y la maleza me obligó a rodear la piedra para intentar una posición mejor para observar el raro fenómeno. La espesura no me dejaba ver hasta que aprecié un pequeño paso que me llevaba al extremo opuesto de la piedra a donde crecía el árbol. Al seguir el contorno de la piedra me vi forzado a saltar restos de alambres. ¿Cómo podría mancillarse así un lugar tan hermoso? Pensé, al tiempo que comprobaba que el enorme pedrusco se había roto en sentido longitudinal formando un amplio pasillo que trazaba una suave ondulación con sus paredes las cuales superaban ampliamente mi altura. Me adentré sorprendido en el pasadizo, mientras acariciaba las paredes verticales de granito que me rodeaban. Era un rincón impresionante con una mullida cama de hojas que parece ayudar a aplacar todo sonido exterior, apartado de todo, oculto en una piedra dentro de la que se puede entrar aquel lugar era irrepetible.

Más adelante un amigo artista que ha realizado exposiciones por todo el mundo, al adentrarse en aquel pasaje, me dijo: este es un lugar que tiene poder.

Al final de aquel pasillo, nace el roble que me descubrió aquel secreto. En medio de la puerta como si quisiera avanzar al interior. Entre su tronco y la piedra deja un espacio que al superarlo nos da acceso a otra pequeña cámara que forma una especie de castro minúsculo desde donde podemos otear la lejanía. Los niños ahora cuando lo visitan después de limpiar los restos allí depositados durante años, les parece ser el protagonista de una película de exploradores y por eso algunas veces allí les escondemos un pequeño tesoro para disfrutar de sus caras emocionadas. Cuando pregunté a Manolo –el antiguo encargado de de la vieja granja– por la razón de tanta basura, me dijo que esa grieta era un fastidio, que en varias ocasiones se había metido una vaca y había sido difícil sacarla. Enterraban allí el viejo alambre de espinos para deshacerse de él y disuadir a las vacas a un tiempo de entrar.

Siempre cuento a los niños esta anécdota para hacerles entender que para alguna gente la naturaleza representa el escenario de un combate, como les ocurre a los marineros que tienen que jugarse la vida y pasar calamidades en el mar para alimentar a sus hijos. Por eso desde nuestra romántica mirada, tenemos que tratar de tener la empatía para entender esas mentalidades y poder así convencerlas para que sean nuestras aliadas en el cuidado de la naturaleza.

Ahora hemos instalado en las inmediaciones de la isla unos bancos de madera. Un día sentado en de ellos, Manolo, después de acabar las tareas de limpieza nos comentó: ¿Cómo no nos dimos cuenta de lo bonito que podría ser esto?.

De alguna manera él descubrió un pequeño tesoro, aunque ya lo conocía antes que nosotros. Al verlo limpio y cuidado entendió nuestro punto de vista y alcanzó a apreciar la belleza que tenía delante de los ojos pero antes no se le desvelaba.


2 comentarios:

  1. De nuevo en As Salgueiras descubro con alegría que ese mágico lugar que describes, con su carballo insinuando e invitando al descubrimiento, está recuperado, libre de lo que destruía su encanto. Lo difícil era darse cuenta del tesoro allí escondido. Por algo el roble es un árbol sagrado en diversas culturas, desde la vasca a las indoeuropeas: el ąžuolas sagrado de los lituanos y su dios Perkūnas, las germánicas o las celtas.
    Ese carballo había nacido ahí por algo, con una misión, la del centilela que nos avisa de que allí hay algo, y al tiempo lo cubre y protege con sus ramas.
    El nombre céltico del roble parece tener el mismo origen que el de “puerta”, así el símil de ese roble que da paso y nos descubre el ámbito íntimo, telúrico, en la grieta entre penedos es más que acertado. Un espacio de recogimiento, para pasar un tiempo y salir de nuevo al mundo y mirar en derredor, abriendo otra vez los ojos desde esa isla en el pastizal, contemplando el contorno de más carballos, castaños, abedules y salgueiras, el valle y las colinas. Sentirse en armonía con el mundo. Un don.

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  2. La belleza como algo se desvela, eso corresponde al arcano concepto griego de la verdad, como desocultamiento o desvelamiento, "Unverborgenheit", como entendía Heidegger la verdad.

    La belleza que se "descubre". Esa curiosidad ante la intuición de un enigma, la búsqueda de la verdad, llevó a su hallazgo.

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